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í4 J. MICÓ itinerante y la pobreza. Dentro de estos dos valores, se irán clarificando los grupos cada vez más en sus opciones por seguir a Cristo según la forma del santo Evangelio o perfección evangélica. La afirmación de Francisco de que el Altísimo le había revelado que debía vivir según la forma del santo Evangelio, no supone originalidad alguna, puesto que venía de muy atrás. Su audacia consiste en pretender realizarla dentro de la Iglesia. Numerosos grupos habían sido apartados de ella y calificados de herejes por haber mantenido -desde luego, de forma improcedente- su postura frente a una Curia incapaz de compren– derles y hacerles sitio dentro de las estructuras eclesiásticas. Con la llegada de Inocencio III la cosa había cambiado. Interesado por hacer posible dentro de la Iglesia este género de vida, intentó atraer a cuantos grupos fuera posible, permitiendo también el grupo de Francisco. Vivir según la forma del santo Evangelio supone realizar el proyecto evangélico desde una óptica pauperística, que estaba en evidente contraste con la vida religiosa monacal, pero dentro de la línea de los movimientos religiosos del tiempo. En la narración de los acontecimientos, Francisco aborda ahora la cristalización de su proyecto en un «Propositum» escrito y su posterior aprobación papal. Los biógrafos atestiguan este hecho de formas diversas, aunque coincidiendo en que Francisco hizo varias Reglas, en concreto tres (1 Cel 32; LM 3, 8; TC 51; AP 36; EP 1; 26). Sobre la naturaleza y el contenido de la primera Regla, los estudiosos han tentado ya todas las posibilidades, sin llegar a una solución convin– cente.11 Efectivamente, Francisco atestigua que la hizo escribir en pocas y sencillas palabras. Celano nos dice, en la Vida I, que Francisco escribió para él y sus hermanos una norma de vida o Regla, sirviéndose especial– mente de expresiones del santo Evangelio y añadiendo unas pocas pres– cripciones, necesarias para la práctica de la vida en común (1 Cel 32). La existencia de un «Propósito de vida», escrito para ser presentado al papa, parece ser un hecho admitido por todos, si exceptuamos a Qua– glia, quien niega la existencia de tal Regla. La dificultad comienza al querer concretar su contenido. El marco dentro del cual se barajan los hipotéticos textos es la noticia de Celano de que la hizo con expresiones del Evangelio y unas cuantas normas de vida común. En realidad, unos puntos dema– siado generales para poder llegar a algo serio. Un hecho que pudiera confirmar la existencia de este primer «Propó– sito» es la Regla no bulada de 1221. En ella se encuentran fragmentos anteriores a 1216; por ejemplo, en el prólogo, donde Francisco promete obediencia y reverencia al papa Inocencio III, muerto en 1216. Si ade– más tenemos en cuenta la costumbre de la Fraternidad de adaptar la Regla, en los capítulos generales, a las nuevas necesidades por medio de 11 Cf. S. LóPEZ: «Y yo la hice escribir», en Sel Fran núm. 27 (1980) 417-449.

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