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22 J, MICÓ por el espíritu de la Escritura los que todo lo que saben, en vez de retenerlo orgullosamente como una adquisición personal, lo devuelven al Señor Dios con la palabra y el ejemplo (Adm 7, 1-4). 9 La sabiduría de que habla en la Admonición 27 y en el Saludo a las Vir– tudes no puede ser tomada por ciencia; se trata de una virtud espiritual eri sentido bíblico. Por eso no podemos, creo yo, montar una apología fran– ciscana sobre la ciencia a partir de este respeto del Santo hacia los teó– logos. Francisco, es cierto, admite que sus frailes enseñen teología, como lo muestra la Carta enviada a S. Antonio, pero su condición no debe ser más ventajosa que la de los simples trabajadores manuales, según se desprende de su paralelo con el capítulo de la Regla dedicado al trabajo (CtaAnt 2; 2 R 5, 2). Esta permisión no justifica el deseo de encontrar en Francisco al promotor de los estudios en la Orden, pues su voluntad disuasiva para con los frailes que no tienen estudios de que los emprendan, como aparece en la Regla (2 R 10, 8), demuestra todo lo contrario. La voluntad de Francisco, por tanto, de que reverenciemos a los teó– l(?gos y sacerdotes, no es por su calidad de hombres de ciencia, sino por ser los que nos administran la palabra que es espíritu y vida, la cual realiza en el altar el misterio del cuerpo y sangre del Señor. 4. Y después que el Señor me dio hermanos, nadie me ense– ñaba lo que debía hacer, sino que el mismo Altísimo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio. Y yo lo hice escribir en pocas palabras y de modo simple, y el señor Papa me lo confirmó. Y aquellos que venían a recibir esta vida daban a los pobres todo lo que podían tener; y se contentaban con una túnica, reforzada por dentro y por fuera, con una cuerda y los calzones. Y no queríamos tener más. Los clérigos rezábamos el Oficio según los otros clérigos; los laicos decían Padrenuestros. Y nos quedábamos muy a gusto en las iglesias. Y éramos hombres sin formación y al servicio de todos (Test 14-19). Este fragmento reemprende la narración histórica dejada en el nú– mero l. En él aparece un precioso autotestimonio sobre el origen de la Fraternidad y el modo de vivirla Francisco y sus hermanos. La aparición de la Fraternidad no responde a un plan premeditado, sino que surge con la presencia de los hermanos que el Señor le da. Por eso, si la Fraternidad es obra del Señor, solamente Él puede marcar pautas de realización. Así nadie le enseñaba lo que debía hacer, sino que el Altísimo le evidenció el tipo de vida que debían seguir: la forma del santo Evangelio. Toda la primera mitad del fragmento está redactada en primera per– sona del singular, lo que denota, teniendo en cuenta la característica redaccional testamentaria, su sentido de único protagonista en la crista– lización de la Fraternidad: él recibe la revelación, él hace escribir la Regla 9 Cf. la exposición que hace de esta Admonición K. EssER en Sel Fran nú– mero 23 (1979) 258-264.
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