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REFLEXIONES SOBRE EL TESTAMENTO 19 se trata, al parecer, de la Escritura contenida en los leccionarios y que sirve de base para la predicación. Hay otro tipo de «palabras», que producen la santificación del pan y del vino. Francisco emplea la palabra «santificación» para indicar la consagración o transubstanciación, término creado por la nueva teología, de la que el Santo no estaba muy al corriente. Así aparece en la Carta a los clérigos: «.. .las palabras que santifican el cuerpo... » (CtaCle 2); en la Carta a toda la Orden: «...en virtud de las palabras de Cristo se confec– ciona el sacramento del altar» (CtaO 37); en la Admonición 1: «...el sacra– mento del cuerpo de Cristo que es santificado por las palabras del Señor sobre el altar» (Adm 1, 9). Existe un tercer grupo de «palabras» que santifican, en sentido ordi– nario, a los hombres y sus cosas. Así vemos en el mismo Testamento y en la 2 Carta a los Fieles que las palabras producen en nosotros espíritu y vida (Test 13; 2CtaF 3). En la Carta a toda la Orden dice que muchas cosas son santificadas por la palabra de Dios (CtaO 37). Por último, hay «palabras» por las que se realiza la creación y la redención. En la Carta a los clérigos leemos que por estas palabras somos hechos y trasladados de la muerte a la vida (CtaCle 3). Igualmente, en la 2 Carta a los fieles, les advierte que nadie puede salvarse sino por la sangre y las palabras del Señor (2CtaF 34). Todas estas facetas que se descubren en las «palabras» empleadas por Francisco denotan que se mueve dentro del campo teológico-sacramental agustiniano, muy distinto del escolástico que se caracteriza por su preci– sión de términos y contenidos. Por lo que se refiere a los «nombres», podría creerse que se trata de un sinónimo de «palabras», por el hecfüo de que Francisco usa muchas veces del doblete, como por ejemplo: Regla y vida, vicios y pecados, mi– nistro y siervo, etc. La finalidad del doblete es poder expresar su rica experiencia religiosa con un vocabulario pobre; de ahí que los dos términos empleados no sean sinónimos, sino dos formas diferentes de manifestar distintas facetas de una misma realidad. Según su creencia popular, Fran– cisco está convencido de la presencia dinámica del Altísimo en las palabras sagradas y en los libros santos. Durante toda la Edad Media se admitía corrientemente la creencia de que los nombres, aunque de origen humano, tienen su norma en la naturaleza de las cosas. El nombre no expresaría tanto la forma cuanto la esencia. Los «nombres divinos» son distintos de las «palabras del Señor». Expre– san otro aspecto de la misma realidad: la presencia divina que se mani– fiesta en el empleo de las palabras de Cristo o de los nombres de Dios. Francisco no percibe la presencia del Señor solamente en la eucaristía, sino que la extiende a las «palabras escritas» y a los «nombres santísimos». Un detalle curioso es el paralelismo existente entre cuerpo-sangre y nom– bres-palabras. Cuando desaparece un término, se omite también en el otro doblete.
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