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16 J. MICÓ Francisco habla de este «ver» no sólo en el Testamento. En la Carta a los clérigos también dice que nada tenemos ni vemos corporalmente en este mundo del mismo Altísimo, sino el cuerpo y la sangre (CtaCle 3). Y en el breviario que usó Francisco, Fr. León escribió que el Santo, cuando no podía oír misa, rezaba con los ojos del espíritu una oración al cuerpo del Señor, de la misma forma que si lo estuviera viendo en la misa. Para Francisco, la mirada es una parte de la adoración, puesto que en la visibilidad del sacramento se hace visible el Señor invisible y se acerca a nuestra realidad. Esta función de medio que tiene la visualización apa– rece en la Admonición l: Todos los que vieron al Señor Jesucristo, según la humanidad, y no vieron y creyeron, según el espíritu y la divinidad, que él es verdadero Hijo de Dios, están condenados; así también todos los que ven el sacramento del cuerpo de Cristo, que es santificado por las palabras del Señor sobre el altar por medio del sacerdote en forma de pan y vino, y no ven y creen, según el espíritu y la divinidad, que sea verdaderamente el santísimo cuerpo y sangre del Señor nuestro Jesucristo, están condenados (Adm 1, 9s). El «ver» es un medio para «creer». Por eso, Francisco compara la humanidad de Cristo, sacramento de su divinidad, con el pan y el vino, sacramento igualmente de Cristo muerto y resucitado. Si la visión no nos lleva a la adoración en la fe, no sirve de nada; más aún, se revuelve contra nosotros y nos condena. 3 b. Y quiero que estos santísimos misterios sean por en– cima de todo honrados, venerados y colocados en lugares preciosos. Los santísimos nombres y sus palabras escri– tas, dondequiera que los encuentre en lugares indecorosos, quiero recogerlos y ruego que se recojan y se coloquen en lugar honesto (Test 11-12). Con la proclamación de la eucaristía como centro absoluto de su devo– ción, pasa Francisco, de la fe en los sacerdotes y en el sacramento del cuerpo y sangre del Señor, a la Palabra que santifica el pan y el vino. LA EUCARISTÍA El sacramento de la eucaristía es para el Santo, sobre todo en sus últi– mos años, casi una obsesión. En la mayoría de los escritos epistolares aparece, con mayor o menor extensión, este tema. Por eso resulta raro que en las Reglas no se diga nada sobre este misterio. Solamente en el capítulo 20 de la/ Regla se manda que los frailes, cuando deseen comulgar, contritos y confesos reciban el cuerpo y la sangre del Señor nuestro Jesucristo con gran humildad y veneración (1 R 20, 5). En el Espejo de Perfección, aunque tomándolo con las debidas pre– cauciones críticas, se dice que Francisco profesaba tal reverencia y amor a la eucaristía que quiso se escribiera en la Regla que, en los pueblos o lugares donde morasen los frailes, tuvieran, respecto al misterio, un cui-
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