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MANUEL GONZALEZ GARCIA meollo de la cuestión es saber y determinar si la «Carta al Emperador» cumple la meta que se propuso su autor: «No tiene razón el de las Casas de decir lo que dice y escribe y emprime, y adelante, porque será menes– ter, yo diré sus celos y sus obras hasta dónde allegan y en qué paran, si acá ayudó a los indios o los fatigó» 64 • Realmente, Motolinía no llevó a cabo ninguna discusión académica, sino que iluminó y corrigió, desde su experiencia apostólica y sus investi– gáciones, algunas exageradas y falsas opiniones de Las Casas. Con la «Carta al Emperador» en la mano, y limando asperezas literarias que hoy pueden resultarnos desmedidas, podemos ponernos del lado de Motolinía y admirar la realística pintura que hace de la personalidad de Las Casas. Motolinía y Las Casas fueron dos recias personalidades evangelizadoras de América, que lucharon denodadamente por el triunfo de sus respecti– vos puntos de vista: uno en la corte y entre discusiones universitarias, otro en el permanente trabajo evangelizador de los indios, a los que de– mostró prácticamente su amor sin medida. Las Casas se ha convertido en el símbolo del defensor de los indios, cuando, en realidad, era partidario de la esclavitud y su pensamiento no puede ser calificado precisamente como de liberal; Hombre sincero, inteligente, estuvo obsesionado y domi– nado por sus extremismos, levantando correctamente la bandera de la defensa de los indios y haciendo ondear al mismo tiempo, incorrecta e injustamente, la bandera de la total maldad de los españoles 65 • El historiador Joaquín García Icazbalceta, en la carta que escribió a: J. F. Ramírez sobre su obra, emite un ponderado juicio en torno a Las Casas, que, en el fondo, es confirmación de lo que ya había escrito Moto– linía, Acepta que el dominico poseyó virtudes y cualidades eminentes y raras, pero todas mermaron y se convirtieron casi en defectos capitales por !alta de prudencia. El obispo, «encastillado en una idea formada de antemano, y exacta en sí misma, ni sabía caminar con pasos mesurados al logro de su fin, que era el triunfo de ella, ni se curaba de que produ– jera mayores males su ejecución ... No se condena, ciertamente, las ideas de Fr. Bartolomé, sino su falta de prudencia, y sobre todo su exageración, que llegaba hasta el ridículo» 66 • Y esto fue lo que descubrió y narró Motolinía. También él fue un hdm.bre de fuertes convicciones, pero con otro aire. R. Menéndez Pidal opina de esta manera: «Motolinia es, como su adversario, una inteligen- 64 Motolinía, op. cit., 53-54. 65 Nuestra meta no era juzgar el valor que haya podido tener la obra de Barto– lomé de las Casas. Y reconocemos en él muchos e indudables méritos. Baste, como ejemplo, citar las conocidas obras de L. Hanke, Bartolomé de las Casas. Pensador político, historiador, antropólogo (La Habana 1949) o La lucha por la justicia en la conquista de América <Buenos Aires 1949l. Es un personaje único en la larga marcha hacia el descubrimiento y la defensa de los derechos humanos. Pero también fue un hombre limitado en muchos aspectos. Como puede verse en muchas páginas de obras como L. Pereña, La Escuela de Salamanca. Proceso a la conquista de América (1492-15731 <Salamanca 1984); R.-J. Queralto Moreno, El pensamiento filosó– fico-político de Bartolomé de Las Casas (Sevilla 1976) o las obras que hemos citado anteriormente de R. Menéndez Pidal, de modo especial el estudio 'Una «norma• anormal del padre Las Casas', en El P. Las Casas y Vitoria con otros temas de los siglos XVl y XVll (Madrid 1958) 49-64. 66 En Motolinía, op. cit., 106 y 109.

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