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En labios de Fr. Luis y de Fr. Leopoldo esta frase nos descubre el mundo de la cruz, pero de una cruz velada, premeditadamente, por la más exquisita discreción. Para ser santo hay que sufrir mucho, pero sobre todo por dentro, sin que se transparente. Esta reserva le venía a Fr. Luis de su temperamento, de sus con– vicciones y de su esfuerzo ascético. Su temperamento y sus conviccio– nes son un fruto, una preciosa herencia de los propios padres. Para conocer a Fr. Luis, fraile, fundador y obispo, hay que comenzar identi– ficando su talla humana. Un día, siendo ya obispo, fue a visitar a su mejor amigo de infancia. Este, con toda espontaneidad, le dijo: "Acuérdate que, debajo de un obis?o, hay un hombre" 6 . Lo mejor del hombre que había en Fr. Luis nació y se forjó en su propia casa. De los padres le vino su temperamento sensible, tierno, delicado y afectivo, bondadoso y cltruista, y su gran nobleza y finura espiritual; pero, al mismo tiempo, su humildad, su mansedumbre y su exquisita discreción respecto sobre todo a sus problemas y a sus cruces personales. Basta recordar el boceto que hace de sus padres. "Distin– guióse mi padre por un corazón candoroso y compasivo y por una fe firmísima... De una sola vez recuerdo que me castigara porque con mis juegos le impedía descansar, y le ví luego llorar de pena... Y de mi madre puedo decir que no he conocido señora más sufrida; y tan pru– dente, que jamás se conocían por su semblante los disgustos o penas que la atormentaban, pues decía que ninguna culpa tienen los de fuera de nuestras tribulaciones'' 7 • El hombre que llevaba dentrc Fr. Luis era impresionable, fácil a acusar los golpes de la vida, el peso de la cruz; pero, por otra parte, había aprendido de la sabiduría ccstiana de sus padres a encajar todo desde la fe y a controlarse encubriendo prudentemente los propios sufrimientos. ¿Qué culpa tienen los demás de nuestras tribulaciones?. Hablar, pues, de Fr. Luis a contraluz no es fácil. Por tempera– mento, por convicción y por esfua-zo ascético, ha logrado ocultarnos, bajo la luminosidad de su sonrisa, de su dulzura y de su alma apaci– guada, la cara opaca, en penunmbra, moralmente áspera y martirial de su vida. Tenemos que detectar, a través de breves expresiones, de fu– gaces desahogos, el secreto de una existencia que se curtió en cristiano a costa de... "tragar mucha saliva". 6 P. MARIANO RAMO LATORRF, T.C., o.e. vol. II, p. 66. 7 FRAY Lurs AMIGÓ Y FERRER, Autobiografa. Edición crítica preparada por Fr. Agripino González, T.C. Valencia 1982, n. 6. En lo sucesivo, las notas de esta obra se harán con la referencia, abreviada, de Autobiografia. - 389-
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