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278 Enrique Rivera no sea obligación dura que hay que cumplir, sino el «opus» diario muy querido, que debe ser tónica de la vida. De la fusión de regla y carisma surge el capítulo XXIII de la Rnb, el cual es oración con acción de gracias. Siguiendo Francisco una de sus constantes, también aquí el misterio de la Trinidad es lo más digno de ser adorado. Textualmente escribe: «... amemos, honremos, adoremos, sirvamos, alabemos y bendigamos, glorifiquemos y sobreexaltemos, engrandezcamos y demos gracias al altísimo sumo Dios eterno, trinidad y unidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo» 51 . Pone, sin embargo, en relieve que Dios Padre es la fuente de todo bien en el cielo y en la tierra. Con morosa complacencia se detiene en comentar lo que ha hecho el Padre por nosotros. Después de declararle «omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios», muestra la historia de salvación pendiente de este Padre bueno en tres momentos primarios. Ante todo el Padre, por su Hijo con el Espíritu Santo, ha creado todas las cosas espirituales y corporales. En especial, al hombre hecho a su imagen y semejanza, al que dio en mansión el paraíso. Ulteriormente, al vemos caídos en el pecado, nos envió a su Hijo, nacido de María Virgen. Este, hallándonos cautivos, nos redimió por su cruz y sangre y muerte. Finalmente este Hijo del Padre tomará un día, al final de los siglos, para condenar a los que no quisieron reconocerle. Y a los que le conocieron y adoraron, los llamará al premio eterno con esta invitación: «Venid, benditos de mi Padre; recibid el reino que os está preparado desde el origen del mundo» (Mt 25, 34)5 2 • Esta motivación estrictamente teológica obliga a Francisco a recurrir al mediador ante el Padre, Cristo Jesús, para que, con el Espíritu Santo, le dé gracias por nosotros. Surge entonces de lo íntimo de su ser, más que de sus labios, este atestado que nos hace patente el hondo vivir latréutico de su liturgia: «Y porque todos nosotros, míseros y pecadores, no somos dignos de nombrarte, imploramos suplicantes que nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo Amado, en quien has hallado complacencia (Mt 17, 5), que te basta siempre para todo, y por quien tantas cosas nos has hecho, te dé gracias de todo junto con el Espíritu Santo como a Ti y a Él mismo le agrada. ¡Aleluya!» 53 . Si la liturgia del «mysteriwn laudis» llegó hasta la regla de vida que Francisco preparó para sus hermanos, su sentido latréutico adquiere tonalidades más altas que llegan hasta alcanzar resonancias cósmicas en su Officium Passionis. Los franciscanistas de este siglo nos han hecho ver en 51 Rnb XXIII, n. 11, en Opuscula..., 292. 52 O. c., n. 2-4, 287-288. 53 O. c., n. 5, 289.

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