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276 Enrique Rivera hecho notar. Toca añadir que la lección que nos da Francisco, viviendo intensamente la relación filial «yo-tú» con el Padre celeste, es una fuerza espiritual muy potente, frente a la tragedia del impersonalismo que nos envuelve por doquier: desde la metafísica a la sociología y praxis diaria. Tercer momento: vivencia plena de la piedad filial de Francisco con el Padre en su liturgia La liturgia fue para Francisco un misterio de alabanza y una escuela de perfección. Doble aspecto, del que ahora nos interesa valorar especialmente el primero. Sobre la veneración que sentía por la divina alabanza y el deber diario de practicarla baste recordar que en su Testamento declara que todos los hermanos están obligados a rezar el oficio según la Regla. En una ulterior reflexión sobre el tema nos preguntamos por la raíz de esta veneración de Francisco por la liturgia. Dos motivos primarios la fundamentaban en Francisco. El primer motivo brotaba de lo que le hacía vivir intensamente su conciencia. «Quién sois vos y quién soy yo», solía repetir en sus retiros. He aquí el comentario que hacen a este dicho Las Florecillas en la Consideración III sobre las Llagas. San Francisco se internó en su querida soledad del Alvemia para intimar con Dios. Sólo Fray León tenía acceso al mismo, de modo limitado. La confianza que éste tenía en su querido maestro le permite una vez desentenderse de esta limitación. Cierta noche va a Francisco, como de costumbre. Y al no hallarlo en su celdilla, lo busca por el bosque a la luz de la luna. Lo halla arrodillado, las manos hacia el cielo mientras lleno de fervor decía: «¿Quién eres Tú, dulcísimo Dios mío? Y ¿quién soy yo, gusano vilisimo e inútil siervo tuyo?». Algo contrariado 1-<rancisco por la escucha de Fr. León, acepta, sin embargo, su sencillez y candor una vez más, al pedirle éste que le explique las palabras que le ha oído. Condesciende Francisco y le da esta explicación: «Cuando yo decía las palabras que tú me escuchaste, mi alma era iluminada con dos luces: una me daba la noticia y el conocimiento del Creador, la otra me daba la noticia y el conocimiento de mí mismo. Cuando yo decía: '¿Quién eres Tú, dulcísimo Dios mío?', me hallaba invadido por una luz de contemplación, en la cual yo veía el abismo de la infinita bondad, sabiduría y omnipotencia de Dios. Y cuando decía: '¿ Quién soy yo, etc.?', la otra luz de contemplación me hacía ver el fondo deplorable de mi vileza y miseria» 49 . 49 Las Florecillas. Consideraciones sobre las Llagas. Consideración III. (B.A. C., 907).

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