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6 José Ángel Echeverría el altar y el trono debían permanecer indisolublemente unidos. La Iglesia formó filas fundamentalmente al lado del absolutismo, defendiéndolo y legitimándolo. No supo - ni pudo - aceptar los valores de la Revolución compatibles con el evangelio, los que en nombre de la libertad se le impusieron por la fuerza. No fue capaz tampoco de proponer una reforma de sus estructuras e instituciones (órdenes religiosas), abandonando su status quo de privilegio, que no podía mantener por más tiempo en una sociedad en la que se estaban produciendo importantes cambios sociales y económicos. La Iglesia se vio como aturdida y sin respuesta, debiendo aceptar una reforma que se le imponía desde el Estado con la excusa de la dec.adencia y relajación de sus miembros e instituciones más cualificados. En España la revolución burguesa no se actuó de una forma tan brusca como en Francia, sino que se prolongó durante varias décadas, con avances y retrocesos, sobre todo a nivel político y de reforma de la Iglesia y de los religiosos. Pero al final - y me refiero a la reforma de estos últimos - se llegó a situaciones parecidas a las de Francia, incluido el derramamiento de sangre, - que aunque fue menor, también se dio -, a la quema de conventos, a la supresión total de los religiosos y a la nacionalización de sus bienes. La parte (capítulo tercero) que presento a continuación, probablemente la más significativa de todo el estudio, trata concretamente de la política religiosa que los liberales actuaron en relación con las órdenes religiosas cuando subieron al poder en 1820, la cual se prolongó durante tres años (trienio liberal). En esa política, que fue reorganizadora, supresora y transformadora de su estructura jerárquica, y en la que se palpaba la incapacidad del pensamiento ilustrado-reformista para captar el elemento místico de la vida religiosa y monástica, se vislumbraba el final poco halagüeño que después de una década se hizo realidad: la supresión total de las órdenes religiosas, acompañada de la desamortización-nacionaliza– ción de sus bienes. En las páginas que siguen se verá con todo detalle cómo hicieron frente los capuchinos a la política religiosa del trienio liberal, en primer lugar en la persona de su ministro general, P. Francisco de Solchaga, quien por oponerse, con gran altura y dignidad, a la ley del 25 de octubre de 1820 (sobre todo en lo relativo al paso de los religiosos a la jurisdicción de los obispos, lo que ponía a aquéllos en un problema de conciencia), fue injustamente expulsado de España con una clara intención ejemplar de cara
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