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578 BERNARDINO DE ARMELLADA querer, sino sólo pensar. No actúa ni conoce el mundo. Porque, como absoluto (Dios), dejaría de serlo si tuviera alguna relación con las cosas sensibles y mudables. El mundo sensible tiene su sentido, más que como procedencia del absoluto, como tendencia hacia él por medio de la inteligencia humana que busca en él el descanso contemplativo. Se puede decir que, en Aristóteles, el pensamiento griego conquista lógicamente la trascendencia de Dios, pero en realidad no supera el dualismo original en el que el mundo, eterno en su ser al lado de Dios, sólo se polariza hacia el absoluto desde su constitución necesaria en la que todo discurre según reglas eternas intrínsecas a sus principios. El po– sible desorden sólo puede tener lugar en la deficiencia casual de los procesos sublunares. Es todo lo concedido a una contingencia que deja la libertad en una simple apariencia. 2. Destrucción de la e.ifinge delfatalismo. - Platón y Aristóteles seguirán vivos en sus discípulos, que reforman y tal vez profundizan en línea más o menos fiel a los maestros. Es en esta cultura del mundo en la que irrumpe el pensamiento cristiano, cuya idea del Dios creador de la nada, recoge la metafísica de la filoso– fía griega para dar cuenta filosófica defensora de la propia concepción del mundo, pero sin desertar de la idea fundamental del Dios cristiano. Así es como el 'antes' y el 'después' del mundo recibe una configuración realista, ciertamente en un misterio, que se reconoce revelado sobrenatural– mente, pero que da sentido a la perplejidad humana y es aceptado en una fe que llena las aspiraciones más profundas el hombre. El poner la nada como punto de partida del mundo en confrontación con los mitos y con las filosofías dualistas 6rriegas u orientales, pasaba a Dios la ra– zón de toda la creación, en una procedencia libre en que el ser creado supremo, el hombre, es igualmente libre. Dios todo lo hizo bien: Vio Dios cuanto había hecho,y todo estaba m19' bien (Gen 1,31). El signo negativo del mal remitirá a Dios sino a la claudicación de la libertad del ser creado. En este nuevo escenario no se podían excluir las explicaciones filosóficas en esa conjunción complemen– taria que se ha llamado la doble luz de Atenas y Jerusalén. En un principio será la filosofía de Platón y el neoplatonismo, especial– mente de Plotino, donde la visión cristiana encontrará una cierta concordancia. Pero el Dios creador, como inteligente, no podía crear las cosas como una ema– nación ciega sin conciencia de lo que hacía. La analogía del artista humano obligaba a poner en Dios la idea previa de su creación en el tiempo. Todas las cosas no podían menos de estar en Dios desde toda la eternidad. Fue San Agus– tín quien dio forma filosófica y teológica a esa dimensión necesaria de la reali– dad divina. Las ideas ejemplares existen en Dios desde toda la eternidad, no só-

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