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«SED HOC NON CAPIO»: LO QUE DUNS ESCOTO NO ENTENDÍA 577 libertad del hombre con el supuesto dominio absoluto de Dios, conocedor y causa primera de toda la realidad material y humana. Tal es el problema. Super– ficial o profunda, serena o apasionante, esperanzadora o resignada, conscientes del recinto insuperable de la propia existencia personal, a todos ronda la pre– gunta de un porqué y un cómo, configurando el vaivén de nuestros sentimien– tos. Un 'por qué' de amplitud universal que, desde la fluidez insegura del ahora, se queda ante el misterio del antes y el después. ¿Hay un antes y un después lineal y nuevo para cada uno de nosotros y para todos en el mundo? Los que han querido no distinguir un antes y un después distintos imaginando un pro– ceso circular que identifica lo que ha sido con lo que será, no logran disipar la experiencia ineluctable de un pasado desde el cual comenzamos a existir por una causa libre, y de un futuro del que disponemos con evidente libertad. Ese mismo cambio de las células cerebrales como el correr sin freno de Heráclito choca con el sentido común, que no puede imaginarlas sin un punto de partida consistente y una meta de llegada definitiva. Después de las respues– tas imaginarias que la humanidad pensante dio retrocediendo a los mitos de dioses y fenómenos personalizados en operaciones con una materia primordial y luchas o contrastes causa de la confusión del mundo, surge más depurada la reflexión filosófica con la sentencia alternativa: o que no se da realmente pasado ni futuro, porque todo es simplemente 'ser' sin distinción (Parménides), o que todo es pasado y futuro interminables (Heráclito). La historia de nuestra cultura occidental evoluciona tratando de ahondar en busca de la raíz de nuestras experiencias innegables. Lo relativo tiene que re– montarse a lo absoluto, del que es derivación necesaria y hasta el cual llega de al1::,iún modo nuestro razonamiento. Platón profundizará sentenciando que 'nuestro mundo sensible es, desde siempre y por siempre, una imagen temporal del mundo de las ideas'. Un mundo de ideas que son multiplicación eterna del 'uno' (el bien absoluto) y que en su encuentro con la materia se reflejan en la variedad mundana. Describiendo el origen del mundo Platón se sirve de una metáfora biológica: el mundo en que vivimos tiene un padre y una madre: el padre es el mundo de las ideas mientras que la madre es la materia, dando por descontado que el aspecto más noble de la producción ele las cosas es el pater– no. Hablará también de un 'demiurgo' ordenador, pero no creador ele la nada. Aristóteles simplificará esta tensión dramática entre el mundo sensible rela– tivo y su cúspide del Ser único y absoluto. Del análisis del concepto ele Dios, concebido como primer motor inmóvil, Aristóteles puede deducir lógicamente la naturaleza o esencia de Dios, concebido ante todo como acto puro y, por consiguiente como pensamiento de sí mismo; pero que no puede actuar o

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