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628 BERNARDINO DE ARMELLADA Dios (167), es inicialmente 'vestigio' para convertirse en 'imagen' en el hombre (imago Dez) y adquirir en Cristo la perfección suprema "en los términos activo y pasivo de la metafísica ejemplarista" (170). Buenaventura entroncaría, como filósofo-teólogo, con la mística de S. Francisco en su contemplación de Dios a través de la belleza de la creación (175-180). El capítulo sexto, dedicado a "Cristo, clave paradigmática de la metafísica expresiva del ser finito", se puede considerar de nuevo en la mente de L.P., como una irrupción de la teología bonaventuriana sobre sus esfuerzos filosófi– cos. Lo dice bien él mismo: " Frente a las oscuras y especulativas reflexiones metafísicas, Cristo es la clave para comprender el alcance real del ser finito, su origen, su significación y su fin" (181). Cristo remite a Dios Trinidad: la 'fontali– dad del Padre', raíz de la unidad del Ser divino; el Verbo, expresión del Padre en la Trinidad y fundamento eterno de su expresividad en las criaturas de modo que "perfecciona así el esquema metafísico de la expresión" (203), un cristocen– trismo bonaventuriano que L.P. parece ver plasmado en la secuencia de VerbttJJJ increatttm, incarnatttm, inspiraltttJJ (206). El capítulo séptimo y último se puede decir que es un regreso a la filoso fía: "El concepto de bien, motor metafísico de la expresión creatural". El axioma bo– nttm diflttsiv11m s11i se hará amor personalizado en Buenaventura, para quien "el concepto de Bien, en su impulso de amor, conduce al hombre hacia Dios" (234). La conclusión sintetiza el recorrido como muestra de que "la metafísica bonaventuriana del ser finito como expresión de Dios, prefigura algunas pers– pectivas a la reflexión actual" (sobre la relación entre lo natural y lo sobrena– tural, entre fe y razón, fenomenología de la religión, etc. (251-253). Me aventuro a un juicio global de este libro, aunque pueda resultar algo subjetivo, ya que, entre otras cosas, la abundancia de citas de tantos Autores de mentalidad diversa, no siempre favorece la secuencia clara del discurso. Creo que, en medio de todo, se puede ver la fuerza imperecedera de una filosofía, abierta ciertamente a la oferta de la fe, pero en la que subyace un estrato intelec– tual, previo a la invasión salvadora de la teología, que siendo estrictamente filo– sófico, es consciente de su respuesta incompleta al problema último del hom– bre: una metafísica expresiva del ser finito, a la que Manuel Lázaro Pulido nos acerca filosóficamente en su libro. Si por fin me permito hacer algunas observaciones de carácter crítico propias de una recensión, es sólo para que mi lectura del libro pueda contribuir a la mejora de posibles futuras ediciones. En primer lugar, insistiría en la necesi– dad de más fluidez en la exposición (que particularmente encuentro un tanto confusa en el apartado 'signo-símbolo'). Por otra parte, parece dar por solucio-

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