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326 BERNARDINO DE ARMELLADA clarisas de Santa Ana gozan de una tranquilidad que fue excepción en los reinos de España. Su servicio social, además de la plegaria, fue la contribución eco– nómica pedida a todos los monasterios a favor de los ejércitos españoles, como después a la empresa restauradora de Fernando VII. Consideración a parte me– recería el excursus Sentido teológico de /aguerra, visto tal vez demasiado desde hoy. El monasterio de Santa Ana fue también excepción - pero negativa - en las convulsiones político-religiosas de la primera mitad del siglo XIX. Después de seis años de paz conventual, tras la victoria sobre los ejércitos napoleónicos (1814-20), se promulga la Ley de regulares (1820) invitando a la secularización - decían los liberales - a las "desgraciadas" monjas, cuyo retiro le impedía benefi– ciarse de los aires ilustrados de la época. Mientras que las secularizaciones de monjas sólo tuvieron lugar en casos muy aislados, las clarisas de Santa Ana fue– ron un caso muy particular y extraño. La dos veces Abadesa, María Josefa Mar– tínez Puerta es la primera que pide el rescripto de secularización, arrastrando tras de sí otras siete religiosas, aunque ella regresará de nuevo al claustro. Las leyes de exclaustración y desamortización (1836-50) sólo en parte afec– tan a las clarisas de Santa Ana, que pueden seguir en el claustro, aunque con la prohibición de admitir novicias. Pero su situación económica se hizo precaria e insegura, privadas como quedaron de sus patrimonios y ahorros, y condiciona– das a unas pensiones escasas, cuya ejecución se hacía de desear. "La constancia de las monjas en tales circunstancias, sobre todo hasta 1850, debe ser especial– mente valorada como un magnífico testimonio de fidelidad en medio de la tri– bulación" (241). Con el concordato de 1851 mejoran las condiciones económi– cas, aunque a las comunidades de contemplativas se les exige alguna labor ex– terna, como educación de niñas u otra obra de caridad. La estabilización que supuso la segunda mitad del siglo XIX, no estuvo exenta de problemas para las monjas de Santa Ana, especialmente en las condi– ciones materiales, tanto con motivo de la situación urbanística de la casa, como en la regulación de la economía. En medio de todo, hasta finales del siglo el conven– to de Santa Ana "vivirá uno de sus momentos más importantes en el florecimien– to espiritual y vocacional", llegando a contar con 27 religiosas. "Un restauracio– nismo fixista", que parece lamentar el autor de este capítulo, pero que fue razón de que los lorquinos fueran más espléndidos con sus donativos (cf. 164). Las vicisitudes del convento en la España de 1931 a 1939, Segunda Repú– blica y Guerra Civil, quedan reflejadas en las memorias escritas por las mismas religiosas. Después de un sobresalto que les hizo abandonar el convento duran-
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