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324 BERNARDINO DE ARMELLADA (que) lograron permanecer en sus monasterios" (240), cuando, en los años 1838-41, privadas de sus bienes y títulos de propiedad, se quedaron sin base económica para su subsistencia. Y habiendo quedado a la merced de las limos– nas, todavía encontraban el modo de suministrar comida a franciscanos ex– claustrados, reducidos a pobreza extrema. En su origen, este monasterio de Lorca surgió como concretización feme– nina e insigne de la vivencia franciscana, que había empezado en dicha ciudad murciana en 1466, cuando los franciscanos se hicieron presentes en la ermita de la Virgen de la Huerta. Seguirán "dos beaterios de terciarias franciscanas (Santa Ana y La Magdalena) que, fundidos en uno solo a comienzos de 1602, darán lugar a la aparición del actual monasterio de Santa Ana y la Magdalena" (21). Todo el capítulo primero expone el proceso disciplinar de los beaterios, con– vertidos primero en Tercera Orden Regular y en monasterios de Clausura a partir del concilio de Trento. Igualmente se detalla el programa espiritual y las condiciones materiales de ambos beaterios. El breve capítulo II refiere la unión de los dos beaterios y la creación del monasterio con los dos nombres de Santa Ana y La Magdalena, pero concen– trándose en Santa Ana (95-101). El capítulo III se titula: Los siglos del barroco: consolidación material y espiritual de la comunidad (103-186). Lo primero que se describe es la historia del edificio del monasterio hasta el siglo XVIII. Es lógico conocer las condiciones de la casa donde se vive, que condicionan siempre la calidad de la vida, sobre todo si uno vive constantemente dentro, como las religiosas de clausura. Un terremoto en 1674 hará necesaria la construcción de nueva iglesia y monasterio. La fotografía de fachadas de iglesia y monasterio y del retablo del altar mayor dan idea de la solidez de lo que fue el monasterio hasta 1963 y de la belleza del retablo des– truido en 1936 por la brutalidad ignorante de los llamados "rojos". Una casa para religiosas, sobre todo si son pobres como las clarisas, no se hace sola. Desde los recursos económicos a base de bienhechores, hasta las exigencias ar– quitectónicas, los emolumentos litúrgicos, etc. todo se expone aquí al detalle. Significación especial tiene el paso de estas religiosas de la Tercera Orden Regular a la segunda Regla de Santa Clara (a. 1628?). Con ello quedan institucio– nalmente ligadas a la II Orden Franciscana o Clarisas, adoptando unos preceptos más ajustados al espíritu franciscano de Santa Clara, según la regla de Urbano IV, que mitigó la estrechez de la original de Sta. Clara, profesada siempre por las "damianitas de Asís". Después de tratar los distintos aspectos de la vida espiritual

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