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DOS LIBROS SOBRE EL FRANCISCANISMO FEMENINO 321 de edificios colindantes fueron haciendo del monasterio un complejo arquitec– tónico notable, especialmente la iglesia, inaugurada en 1695, el monumental sa– grario, la sacristía, la estancia con un 'Belén' de grandes dimensiones y el jardín, ya entonces admirado por la belleza de su noria y de sus plantas. Las capuchinas de la "Isla de la calma" fueron lugar que acogida para otras religiosas, especialmente las capuchinas de Alicante con motivo de la guerra de Sucesión (1708) y las de Zaragoza en los días de la ocupación napoleónica (1809). Pero no les faltaron tribulaciones, como la peste de 1821, en que murie– ron dos religiosas que no pudieron ser enterradas en el cementerio conventual. Es digno de mención el hecho de varias visitas canónicas de los obispos, que "no encontraban nada que reformar". Como testimonios más salientes de san– tidad se recuerda a Sor Dionisia-Bernarda Gómez (t1719), cofundadora del monasterio, de "notable cualidad espiritual" (330), y a Sor María-Catalina An– dreu y Orlandis, de gran finura espiritual, abadesa durante 24 años seguidos (1734-59), que promovió la devoción al Corazón de Jesús: una devoción que, con la veneración del 'Belén', sigue siendo tradicional en el monasterio y en el entorno de las capuchinas mallorquinas. El 17 de diciembre de 1730 se colocaba la primera piedra del convento de capuchinas en Matará. La imagen de San Pablo, sobre el dintel de la puerta del atrio, recuerda al promotor de la fundación Pablo (Pau) Martí. Las primeras monjas capuchinas procedentes de Barcelona, llegaron al monasterio en octu– bre de 1741 siendo llevadas en procesión con el Santísimo Sacramento y el acompañamiento de las autoridades religiosas y civiles, mientras ellas permane– cieron siempre con la faz cubierta por el velo (cf. 338). La fundación de una 'Causa Pía' para el sostenimiento del monasterio daba al fundador, Pau Martí, y después al Ayuntamiento, el derecho de presentar dos postulantes a la vida ca– puchina; derecho que se mantuvo hasta la revolución de 1868. Con la guerra de los años 1793-95 el gobierno se incautó del capital de las causas pías dejando a las capuchinas en la mayor pobreza. La invasión napoleónica también perturbó la tranquilidad conventual. Fue en el trienio liberal cuando las capuchinas de Matará tuvieron que abandonar la casa, convertida en cuartel militar para las tropas francesas de ayuda a Fernando VlI (1823). A pesar de las molestias y amenazas de incendio en julio de 1835, lograron permanecer en el convento. Lo mismo en 1843, cuando tuvieron que soportar dentro de la clausura la pre– sencia de los revolucionarios llamados 'jamancios', que dejaron el edificio bas– tante deteriorado. La prohibición de recibir novicias desde 1833 quedó abolida

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