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LOS ESCRITORES DE CASTILLA Y S. BUENAVENTURA 391 Respecto al Doctor Seráfico, citamos las obras que él menciona y que todas corrían entonces bajo el nombre de S. Buenaventura: Itinera– rium mentis in Deum, De profectu religiosorum, Stimulus amoris, Spe– culum Beatae Mariae Virginis, De caelesti hierarchia, De septem donis Spiritus Sancti, De septem gradibus contemplationis, Soliloquium, De contemptu mundi... Las más aducidas son: Itinerarium y De profectu religiosorum. Quizás las citas de estas obras no aventajen en número a las de los otros escritores arriba mencionados: sólo hemos comprobado un total de cuarenta. Sin embargo, tenemos que hacer notar que las pala– bras de S. Buenaventura las trae no para defender una teoría o doctrina de escuela ni para mediar en una discusión, que por cierto no existen en este libro, sino en confirmación y apoyo de las afirmaciones que el propio P. Zamora hace. Además, al aducir su autoridad, lo hace con reverente amor, entusiasmo, cariño, acatamiento y convicción, llamán– dole casi siempre « nuestro Padre y Doctor Seráfico». Aparte de eso, juzgamos de mayor transcendencia la concepción total de la obra, en la que bien claramente se pone de manifiesto la influen– cia de la escuela bonaventuriana y franciscana, que, partiendo del reco– nocimiento de la primacía de la voluntad y del amor, lleva a las conse– cuencias prácticas para la espiritualidad y perfección cristianas, poniendo la vía afectiva como el mejor camino para escalar más fácil y pronta– mente las cimas de la perfección. Esta mística afectiva, en relación siem– pre con el Espíritu Santo, la tercera persona de la Sma. Trinidad que mora en el corazón del hombre en gracia y a quien se atribuye nuestra santificación, es justamente algo característico en la obra del P. Agustín de Zamora. 2. Félix de Alamín Llamado unas veces de Alamín, con lo que al parecer se hace refe– rencia al apellido de fan1ilia, mientras que otros autores le denominan de Los Molinos, queriendo indicar el lugar de origen, un pueblo de Ma– drid que lleva ese nombre. Sobre su vida y hechos apenas poseemos dato alguno seguro y de importancia; ni siquiera es posible señalar la fecha exacta de nacimiento que se supone tendría lugar en 1647, constán– donos que era ya octogenario en 1727 al dar a la imprenta su última obra. Tampoco sus contemporáneos, entre ellos el P. Martín de Torre– cilla, aportan otras noticias de interés; éste se contenta con decirnos que era « predicador y misionero apostólico, de fervoroso espíritu» 10 • Que fue esto último lo ponen en evidencia sus escritos, numerosos y densos; y lo primero lo demuestran las muchas misiones por él dadas en pueblos y ciudades de la entonces dilatadísima diócesis de Toledo. to Martín de Torrecilla, Apologema, 130.

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