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Miguel Anxo Pena González 196 H uarte de S an J uan . G eografía e H istoria , 28 / 2021 –él ponía el ejemplo de Erasmo y Barbosa– «¡Qué difícil es discernir y separar estas naturales concomitancias!» (p. 98). El momento que nos ocupa está marcado todavía por un ambiente de búsque- da, de libertad y de serio debate religioso, que se irá dificultando y enrareciendo paulatinamente, fundamentalmente como consecuencia de la crisis alumbrada y erasmista, que podríamos ubicar entre 1524 y 1535. El fracaso de las conversa- ciones teológicas con los reformadores en el contexto del sacro Imperio, así como la opción de Carlos V por la vía armada, harán también que los acontecimientos se orienten en una línea concreta. No hay duda de que el espacio previo a Trento tiene una personalidad propia y diversa de lo que vendrá después, que, por otra parte, en relación a la predicación, es aquello en lo que los autores han hecho más hincapié, orientándose ya hacia una manualística y ars praedicandi . 1. El contexto de reforma El marco temporal que nos ocupa está determinado fuertemente por un ansia de reforma. Se trata de una preocupación central y constante en la mayoría de los autores. No era algo nuevo, sino que dicha sensibilidad era recurrente desde los ya lejanos concilios II y III de Letrán. Con todo, un momento de inflexión im- portante es el que tiene lugar con la celebración del último de los concilios latera- nenses –el quinto– que discurre entre 1512 y 1517, abarcando los pontificados de Julio II y León X. Los participantes al mismo llegan con la idea clara –sostenida por todos– de que es preciso reformar, pero la cuestión más compleja es cómo concretar esa idea, cómo llevarla a efecto y con qué herramientas. No hay duda de que, en gran parte de los discursos que tendrán lugar a lo largo del concilio, esto se convierte en algo repetitivo. En este sentido, es obvio que no todos enten- dían lo mismo, pues mientras para Julio II la reforma debía consistir en el retorno a la norma o gobierno, que se había mantenido de forma tradicional, poniendo el acento en la restauración de la disciplina y de la moral, otros la entendían en una comprensión más acorde con las formas humanistas. Nelson H. Minnich lle- gará a afirmar que la preocupación del papa della Rovere no iba más allá de lo ya establecido  3 . Por su parte, León X entenderá la reforma en una triple dimensión: como restablecimiento de la paz entre los cristianos, en la reforma interna de la Iglesia y en la defensa de la fe, que comportaba tanto la batalla contra el turco como la extirpación de la herejía. Al mismo tiempo, es importante ver cómo este concilio propone una formulación canónica propia, que se concreta en el hecho de que los decretos sean redactados en forma de bulas. 3 Minnich, 1969, p. 165.

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