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H uarte de S an J uan . G eografía e H istoria , 28 / 2021 217 P redicación y reforma en el contexto católico europeo previo a T rento orientándose hacia uno pastoral, que podríamos denominar también ya como ho- milía, coincidiendo en esto con lo propuesto por figuras tan diversas como los humanistas Erasmo y Melanchton. Sí era frecuente, como hemos señalado, que el predicador siguiera luego con las confesiones o las consultas particulares, en el caso del Maestro Ávila esto se entendía también como una prolongación de ese ministerio singular, pues había logrado mover el corazón de las gentes. Se intuye que la predicación debía sustentarse en el kerigma , olvidándose de otros adornos o retóricas, que desviaban la atención de lo fundamental. El predicador, por lo mismo, debía trasparentar la bondad, pues con ello ayudaría a que las letras resultasen más comprensibles, no solo por la coherencia de vida, sino también por el hecho de que el auditorio podía sentirse más atraído por un lenguaje elocuente  71 . De igual manera, la predicación debía, de una manera u otra, poner a Cristo en el centro, teniendo presente que todo lo demás había de someterse a este principio: «Los que predican reformación de la Iglesia, por pre- dicación e imitación de Cristo crucificado lo han de hacer y pretender»  72 . Considerará la necesidad de que el predicador prepare adecuadamente aquello que ha de pronunciar  73 , de tal suerte que sea capaz de conjugar ciencia, amor y elocuencia en un equilibrio adecuado que, por otra parte, no había de ser siempre el mismo. Esta última, tal y como veíamos ya en Melanchton, la entiende como una persuasión activa, que implica mover el deseo y la voluntad en el oyente. Por lo mis- mo, en la persona del predicador esto se convierte, a un mismo tiempo, en un don y una tarea, por la misma responsabilidad que implica dicho ministerio: «Gran digni- dad es traer oficio en que se ejercitó el mismo Dios, ser vicario de tal Predicador, al cual es razón de imitar en la vida como en la palabra»  74 . En definitiva, entendía que el predicador tenía que ser consciente de ser una mediación, por lo que unas líneas más adelante sostendrá que no debía orientarse por su interés personal, mirando a otra parte sino a la gloria de Dios, y ésta busquemos, y de ésta seamos pregone- ros; que quien mira a la propria es semejante al que fuese a decir a una doncella que la quería por mujer el hijo del rey, si ella quería dar su consentimiento, y el tal mensajero granjease para sí la que había de ganar para el hijo del rey. (pp. 29-30) 71 «hábiles para ser abogados por el pueblo de Dios... y aprendan principalmente bondad, y después letras, para que puedan ser sin peligro maestros y edificadores de ánimas». Ávila, Memorial I al Concilio de Trento , [n. 12], vol. II, p. 492. Él mismo era un ejemplo de este proceder. Así lo afirma fray Luis de Granada, pues «no sabía si el padre Ávila ganó más almas para Dios con sus palabras o con su caridad». Granada, Vida ..., cap. II. 72 Ávila, Plática 4. Recordar e imitar la passion de Jesucristo , vol. I, p. 827. 73 «Que se estudie el sermón durante tres o cuatro días antes sin congoja, y el día antes del sermón ocuparlo en gustar lo que ha de decir, y no predicar sin estudio ni sin este día de recogimiento particular». Ávila, Carta 5. A un predicador , vol. IV, pp. 39-40. 74 Ávila, Carta 4. A un predicador , vol. IV, p. 29.

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