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Miguel Anxo Pena González 214 H uarte de S an J uan . G eografía e H istoria , 28 / 2021 singularidad de pasar todo por el tamiz de la experiencia de Dios y, desde ahí, llevarlo a la acción, fundamentalmente por medio de la predicación y el acom- pañamiento espiritual. Es un hombre obsesionado por transmitir el mensaje del Evangelio, lo que le lleva también a preocuparse por la educación y la catequesis, así como por múltiples iniciativas sociales. Quiere lograr una elevación de la edu- cación religiosa del pueblo y, a este fin, la predicación la entiende como uno de los instrumentos más eficaces. No se puede perder de vista que el Maestro Ávila trabajará en un entorno particularmente complejo. Si como señalara el profesor Márquez Villanueva, en los reinos peninsulares la atención a la predicación «había sido de siempre deficitaria»  58 , lo era mucho más en Andalucía. El mundo rural había estado total- mente desasistido de una atención religiosa que acompasara la vida del pueblo. Y cuando este había tenido algún tipo de atención, había sido de corte ritualista y superficial. Este detalle preocupará a diversos autores de este momento, entre los que se cuenta también el Maestro Ávila. Los predicadores preferían actuar en las ciudades, huyendo así de una vida más dura y exigente  59 . Consciente de esta situación, con el talante apostólico que le habían incul- cado en la Universidad de Alcalá –entre otros Pedro Ciruelo  60 –, Ávila diseña un proyecto de formación integral del pueblo, que se va completando con la puesta en marcha de diversas obras, por una parte, pero también con una dedicación permanente a la predicación y a la relación humana directa. Como buen peda- gogo, plantea un proyecto que permanezca en medio de la gente, evitando accio- nes puntuales o que mirasen a lo extraordinario. Su plan incide en una especie de proyecto permanente y, por lo mismo, también sistemático. Pero al asumir dicho plan debía hacer hincapié en las necesidades de los distintos grupos so- ciales, consciente de que las necesidades que requerían no eran las mismas. Esto suponía no hacer acepción de personas y estar abierto a todos, pero con la capacidad de dar a cada uno aquello que le era más necesario. En esto insiste el profesor Márquez Villanueva: «Sus páginas saben dar un tono medio, cuya claridad y ausencia de afectación le permite comunicar lo mismo con ignoran- tes que con sabios, sin asomo de renuncia al alto compromiso de su compleja y renovada teología del amor divino»  61 . No se puede olvidar, en este sentido, que allí donde Lutero había puesto la fe, el santo Maestro pondrá el amor, algo tan ellas están encerrados. Este gran padre trabajó mucho por penetrar estos secretos; comenzó a explicarlas, y citarlas en el púlpito con grande agudeza, y subtileza, diciendo cosas maravillosas». Muñoz, Vida , lib. I, cap. 7. 58 Márquez Villanueva, 2002, p. 91. 59 Esta cuestión la aborda en la primera parte del Memorial I al Concilio de Trento (1551) . 60 Véase Pena González, 2013, pp. 378-391. 61 Márquez Villanueva, 2002, p. 92.

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