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H uarte de S an J uan . G eografía e H istoria , 28 / 2021 211 P redicación y reforma en el contexto católico europeo previo a T rento preocupación era consecuente con su interés permanente por la educación y, de manera particular, por el papel del educador. De esta manera, igual que se había preocupado por editar obras que sirvieran para la educación y comentar los tra- tados más importantes, ahora proponía un itinerario también para la formación de los predicadores. En su comprensión se trataba de una aportación más a la reforma de la Iglesia, que no podía llevarse a cabo solo en cuestiones aisladas, sino que requería de un programa coherente y cohesionado. Dicha formación, además, entendía que debía comenzar lo más pronto posible, pues no era una cuestión que se refiriera solo a la adquisición de unos conocimien- tos teóricos y de una elocuencia, sino que requería también moldear el carácter. Esto suponía ya de entrada que, para dicha tarea, no valía cualquiera sino que se requería una selección y una búsqueda atenta y meticulosa de los candidatos. En relación a la misma, intenta ser lo más preciso, en lo que se refiere al con- tenido y al método de educativo. El futuro predicador debía aprehender diversas artes, pero particularmente gramática, retórica y dialéctica. Y, en este sentido, por ejemplo, la gramática sería particularmente adecuada para poder compren- der las alegorías que se encuentran en las Escrituras. Esto lo acompaña también de una lista de autores eclesiásticos indispensables en dicha formación y con los que los predicadores tendrían que estar bien familiarizados. Entre estos, los Pa- dres ocupan un papel especialmente preponderante. Todo ello obedecía a la tarea encomendada al predicador, que no era otra que interpretar las Escrituras y, al mismo tiempo, proclamar su mensaje. Y aquí, coinci- de abiertamente con otras propuestas muy distantes geográficamente como las del Maestro Ávila, cuando propone que no se trata de un mero aprendizaje de libros, sino que es preciso ir asumiendo, podríamos decir hoy, una mistagogía, pues los predicadores debían escuchar y seguir modelos vivos de buena predicación. De- bían mezclarse con aquellos que hablaban bien, pues debían llegar a un adecuado dominio de la misma lengua, para así persuadir por medio del ejemplo vivo  49 . Pero, además, el orador debía también amar aquello que enseñaba, a fin de encender ese amor en su auditorio. Era la elocuencia la que había de mover a la piedad  50 . La manera de expresarlo resulta irrefutable: «Qualis est sermo noster talis est spiritus noster»  51 . Unas líneas más adelante lo expresa de manera elocuente: «Cualquiera que sea la cualidad del corazón de un hombre, así será también su discurso»  52 . Por ello, aunque no solo, le desagradaban los predicadores pomposos, que ela- boraban sermones repletos de sutilezas escolásticas. Así, en el Elogio de la locura 49 LB V, cols. 857-859, 877-887. 50 Weiss, 1974, p. 93. 51 LB V, col. 772. 52 «Qualecumque est cor hominis, tali est oratio», LB V, col. 773.

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