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Miguel Anxo Pena González 206 H uarte de S an J uan . G eografía e H istoria , 28 / 2021 vinculadas entre sí y con una finalidad común; atendiendo a la manera de cele- brar, el estilo de predicación, la cualidad de la memorización y en qué celebra- ciones incidir más. Elementos que el predicador debía manejar adecuadamente, de tal suerte que fuera capaz de conectar con el pueblo, con su sensibilidad y, también, con sus necesidades. Para esto, no será suficiente con tener una idea, sino que será preciso contar también con los medios oportunos para que esta se pueda difundir y multiplicar. Precisamente por ello López Muñoz afirmará que no son la misma cosa el retórico, el orador y el predicador. El primero, reflexio- na y enseña cómo construir discursos persuasivos; el segundo, interactúa con un auditorio para transmitir una idea; el tercero es, como caso específico del anterior, el que se dedica a difundir contenidos de la fe  28 . En este sentido Ciruelo colabora a este fin desde los dos primeros. Pero no se puede tampoco perder de vista que, en lo que se refiere a la predicación, se da también todo un talante singular, que vincula el ejercicio de la misma direc- tamente con Dios, por lo que esta dependería más de esa dirección que de una concreta manualística, como sucederá más tarde. Precisamente por ello trabajos como los de Ciruelo o Nebrija se volverán tan significativos, ya que facilitaban las herramientas oportunas para abordar un trabajo coherente y válido. Por suerte la retórica española será más tardía, por lo que los autores podrán ir experimentando y ofreciendo herramientas, algo a lo que no se le ha dado la importancia requerida, por no tener la forma concreta de un ars , ya fuera medieval o moderna. Este tema, por lo mismo, requiere de mayor atención, po- niendo de relieve como la reforma de la predicación castellana tiene un carácter marcadamente práctico, donde los fines ocupan un papel preponderante frente a los medios para la misma. En este sentido, primero se desarrollará una praxis viva de predicación y, posteriormente, los autores elaborarán y formularán toda una manualística, que incluso mirará a los parámetros clásicos de la retórica y la elocuencia. Se podría decir que, en los entornos católicos, será frecuente asumir y afron- tar la necesidad de evangelizar, pero sin contar con un adecuado adiestramiento retórico, que es suplido por otros ritos y que, posteriormente, se formulará con más precisión. Con todo, incluso los predicadores más sobresalientes de esta épo- ca se refugiarán en el método y contenido de la dialéctica. Aunque no contamos con el espacio adecuado para afrontarlo, no quere- mos pasar por alto que, en 1529, Melanchton publica también su De officiis 28 López Muñoz, 2000, pp. 336-337.

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