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154 ENRIQUE RIVERA gas, tenéis cara, insolentes, para venir a devorar las limosnas que son enviadas a los servidores de Dios. No merecéis que os sostenga la tierra, puesto que no tenéis respeto alguno ni a los hombres, ni a Dios que os creó. Fuera de aquí. A lo vuestro; que no os vuelva a veros aquí». De seguro que si alguien hubiera denunciado al hno. Angel ante un tribunal humano, éste le hubiera dado al instante toda la razón. Más aún hay que decir; si hubiera condescendido con los ladrones, podría haber sido declarado cómplice y colaborador de aquellos maleantes. Esto nos dice que ante la ley y el derecho el hno. Angel mereció aplauso y recom– pensa por haber tenido la entereza de encararse con los ladrones homi– cidas. Ayer y hoy, la defensa del derecho, ponerse de parte de quienes lo mantienen y defienden es una exigencia básica dentro de la conviven– cia humana. ¿No exige ésta que se razone y actúe como el hno. Angel? ¿Y no es éste el camino práctico que hay que seguir? O el derecho o la jungla, he oído decir reiteradamente en torno mío ante los ataques dia– rios que tiene que soportar hoy la convivencia humana. Todos, por tanto, al lado del derecho frente a la injusticia de la agresión. He aquí el camino recto, sensato y justo. Ante este cuadro de buen sentido, que parece irreprochable, nos per– mitimos, sin embargo, esta pregunta. ¿Son las relaciones meramente jurí– dicas las que deben presidir preferentemente nuestras relaciones de con– vivencia humana? A tal pregunta debemos ser muy precavidos en dar respuesta. Y esto desde la interioridad del mismo derecho. En efecto; ya es bien significativo que una mente como la del poeta Virgilio, tan en– tusiasta del orden imperial -tu regere populos, Romane, memento- dé a las leyes de Roma el apelativo de «fe,rrea jura» 15 • Con ello testifica que si Roma preside lo que hasta nuestros días se va a llamar «ordo romanus», el poeta tiene que reconocer que ello se ha logrado imponiendo una férrea cadena que sujeta y atenaza sus leyes. Pero es que son los mismos juristas quienes han puesto al descubierto la insuficiencia de la ley en la convivencia humana, al enunciar el tan conocido principio: «Summum jus, summa injuria». Apunte este principio a la insuficiencia más patente que encierra en sí toda ley. Pensada en función de lo general, del llamado Bien Común, se trueca en clamorosa injusticia, al tratar de ser aplicada a ciertos casos particulares. Deliciosa corroboración de esta actitud de los juristas es el lema que el escritor 5 V!RGILIO, Georg., II, v. 500.
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