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152 ENRIQUE RIVERA San Agustín, he adquirido ante vosotros. el gustoso compromiso de inter– pretar este misterio de la reconciliación en clave franciscana. No sé si nuestro Seo. Padre me va a reconocer su discípulo en lo que voy a decir. Espero, con todo, que no me suspenda como a mal alumno. Que me dé un aprobado. Al menos por mi gran deseo de pensar y vivir franciscana– mente ese escondido momento en el que el alma cristiana vuelve sobre su vida para darle una inflexión que ha de llevarla desde el pecado al encuentro de la reconciliación con el Padre. Tomo como punto de partida de esta mi reflexión en clave franciscana un episodio de Las Florecillas. Pido benevolencia a los doctos historiado– res que me escuchan y a quienes mucho estimo, al valorar, sobrevalorar si queréis, esta ingenua obra franciscana. Me apoyo para ello en una de estas intuiciones geniales de las que tuvo el secreto Aristóteles. En su Poética, al comparar entre sí poesía e historia, afirma que la poesía su– pera a la historia en que es «spoudaioteron kai philosophoteron». A un alumno algo aprovechado de griego, estos vocablos le han de sonar como dos adjetivos comparativos. Efectivamente lo son. Quiere ello decir que para Aristóteles la poesía es más seria, más importante y filosófica que la historia. Da esta razón. La poesía cuenta lo general y modélico; la historia lo singuilar y anecdótico 12 • Estamos de acuerdo con Aristóteles al aplicar su sentencia a Las Florecillas, que son poesía en prosa. Un ejem– plo. Investigan los historiadores hasta dónde llega la verdad histórica de lo que acaeció con el lobo de Gubbio. Bienvenidos sean los nuevos datos que van aportando. Pero esta florecilla se la reduce en su esplendor si se la interpreta como un hecho singular, cuando su gran verdad histórica consiste en que densifica en un cuadro plástico la ingente obra de paci– ficación llevada a cabo por San Francisco. San Francisco, dirá siglos más tarde Fed. Ozanam, enseñó a:l pueblo italiano la única cosa que ha igno– rado este pueblo tan inteligente: perdonar. Desde esta perspectiva histó– rica escribe textualmente: «Apareció San Francisco de Asís como el Orfeo de la Edad Media, domando la ferocidad de las bestias y la dureza de los hombres, y no me asombra que su voz haya impresionado a los lobos del Apenino, si de tal modo desarmaba las venganzas italianas, que no suelen perdonar jamás» 3 • 2 ARISTÓTELES, Poet., 9, 1451 b 5-6. a A. FED. OZANAM, Los poetas franciscanos de Italia en el siglo XIII, tr. esplllli. del Duque de Maqueda, Colección Austral, Buenos Aires, 1941, p. 59 y 171.
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