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FUNDAMENTOS ANTROPOLOGICOS Y TEOLOGICOS 167 por la que el hombre, aun en su ma:.dad, quisiera ser bueno. Tan lejos va el optimismo del santo doctor que se hace esta pregunta: Utrum syn– deresis per peccatum extingui possit? Responde que el pecado puede mo– tivar un impedimento temporal de le. misma. Pero nunca es capaz de extinguirla. O como explica en la cuestión siguiente: «El pecado no puede depravar la sindéresis en cuanto tal. Tan sólo puede impedir su acción rectiva en el obrar humano» 27 • En esta ocasión no creo se pueda plantear la cuestión de si S. Buena– ventura se halla bajo el influjo de San Francisco. Casi seguro que éste nunca pensó en el contenido del vocablo latino «synderesis». Pero esto no impide que el investigador sondee una veta de profunda intercomuni– cación entre el Santo Fundador y su docto discípulo. Esta veta se halla en ambos casos saturada de confianza en el hombre. A éste San Fran– cisco lo ha percibido intuitivamente cerno obra de Dios, que todo lo hizo bien. Y el pecado sólo parcialmente puede estropear la obra divina. San Buenaventura, a su vez, cala más en la entraña psíquica humana y halla en ella ese «pondus» misterioso que inclina al bien. Y que en el más protervo no deja de hacerse sentir. De esta larga reflexión deducimos que si la Bondad plena está sólo en Dios, quien en efluvios inagotables se da y comunica, una pequeña corriente de esta Bondad se ha remansado en el corazón del hombre. Con ella deben contar en toda ocasión cuantos van en busca de los hijos pródigos de la vida. Todos anhelan, desde el fondo de su ser, aun aquellos que lo ignoran, la reconciliación con el Padre celeste, que arriba los espera ' 28 • Viendo en perspectiva los dos momentos expuestos, se hace patente que el segundo de la Bondad prima sobre el primero de la justicia. En verdad, no se oponen ambas. Más bien se completan. Pero ante esta dua– lidad recordemos que la Epístola a Santiago nos dice que la Bondad, ,21 o. cit., p. 912 y 914. 2 s La oración final con la que G. PAPINI cierra su Vida de Cristo es un testimonio excepcional de los anhelos que anidan en todo hijo pródigo. En nuestra obra, San Fran– cisco en la mentalidad de hoy, Marova, Madrid 1982, leíamos con A. GEMELLI, en el alma dionisíaca de G. D'Annunzio una inspi,ración hada arriba, cuando pide a ,su pintor que en el cuadro de San Franci,sco, que pres:i,de su cámara mortuoria, dé a la imagen del leproso s,u propio rostro (p. 43-48).

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