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166 ENRIQUE RIVERA Pensamos, por otra parte, que este optimismo franciscano ante la vida tiene un firme respaldo intelectual en la doctrina de San Buenaventura sobre la sindéresis. Nos atenemos aquí al estudio ponderado que de este hábito mental ha hecho nuestro doctor en su Comentario a las Senten– cias 215 • Advierte en su reflexión teológica que así como el entendimiento tiene una luz -«lumen»- a cuyo resplandor formula los primeros juicios morales, de modo paralelo al afecto tiene un peso -«pondus»- que le dirige en lo que debe apetecer. De aquí que así como la conciencia enuncia un juicio natural sobre la rectitud de la acción, de la misma manera la sindéresis inclina hacia el bien honesto, viniendo a ser un «pondus» hacia el obrar recto. Si comparamos este pasaje muy pensado de San Buenaventura con el paralelo de Santo Tomás en la Summa Theologica 2 ~;, tocamos un punto neurálgico en el que se siente al vivo la neta distinción entre el intelec– tualismo tomista y el voluntarismo franciscano. En efecto, Santo Tomás hace de la sindéresis un elemento más de la vida intelectiva. Enmarca la sindéresis dentro de un proceso intelectivo en el que ésta formula los primeros principios morales que la conciencia ha de aplicar a cada situa– ción concreta. La conciencia cierra un silogismo que inicia la sindéresis. Este intelectualismo es declarado insuficiente por San Buenaventura al afirmar que la sind'éresis, no sólo enuncia principios prácticos de obrar, sino es además una inclinación, un peso -«pondus»- que suavemente presiona la voluntad hacia el bien. Es muy conocida la sentencia de San Agustín: «Amor meus' pond'us meum». Pero es de notar que esta ley de gravitación vale tanto del amor bueno como del malo. Lo peculiar de San Buenaventura es afirmar que hay una tendencia innata en nosotros hacia lo bueno. Esta tendencia proviene de la sindéresis, si es que no queremos decir que es la misma sindéresis. Según esto, la concepción de la sindéresis, tal como la interpreta San Buenaventura, justifica medularmente la conducta de San Francisco con el hombre caído. S. Francisco, hemos dicho, confía siempre en el hombre. San Buenaventura halla la última razón de esta fianza en la sindéresis, w In II Sent., d. XXIX, a. 11; Op. O., t, II, p. 908-915. (Las tres cuestiones de este artículo estudian la •sindéresis. De ellas tomamos las citas del texto). 2'6 SANTO TOMÁS, Summa Theologica, I, q. 79, a. 12. Una visión clara y precisa de esta cuestión escolástica en J. RoHMER, Syndérese, en DTH. XIV, col. 2992-2996, con bibliografía selecta.
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