BCCCAP00000000000000000001381

164 ENRIQUE RIVERA de la lepra por el lavado del agua. -¡Ay de mí!, exclama el leproso, que soy digno del infierno por mis impaciencias y blasfemias contra Dios» '2' 2 • Emocionante y actual es esta florecilla franciscana, toda luz en la senda misteriosa que va de la obstinación del pecado hasta el arrepen– timiento y el gozo en el Señor. Pero si reflexionamos en lo íntimo hu– mano de la misma, advertimos que, pese a no hacerse la menor alusión al fondo de bondad del leproso desesperado, con este fondo cuenta San Francisco, al dirigirse al blasfemo con su saludo de paz, que muy luego se trueca en acción benéfica. Esta acción y el milagro que le sigue llegan al fondo de aquella conciencia donde latía inconsciente el amor y la plegaria. Este mismo espíritu de benevolencia y de confianza en el hombre quería San Francisco que se viviera sobre todo en las casas de sus frailes. Nada más aleccionador, a este propósito, que la carta del Santo al hno. Ministro, cuya parte central damos en traducción. Así le escribe: «En esto quiero conocer que amas al Señor y me amas a mí, siervo tuyo y suyo, si procedes así; que no haya en el mundo hermano que, por mucho que hubiere pecado, se aleje jamás de ti, después de haber contemplado tus ojos, sin haber obtenido tu misericordia, si es que la busca. Y si no busca misericordia, pregúntale tú si la quiere. Y si mil veces, volviere a pecar, etc... » ' 118 • Qué instructivo es este aviso del Seo. Padre. Pero quisiera subrayar aquí no sólo ese destello de bondad celeste que irradia el corazón ma– terno, incansable al perdón, de San Francisco, sino también cómo entre– veía el Santo en toda alma pecadora una bondad primaria en la que siem– pre confiaba. Más que en otros, en su fraile menor, nunca de fondo per– verso, aunque aturdido a veces por la sugestión del malo. Un argumento «a contrario» deja entrever cómo San Francisco se aso– ma a estas interioridades de la conciencia humana. Este argumento lo hallamos formulado en la respuesta que daba a los que teníanle por santo. Con ingenuidad única respondía que no le canonizasen. Que todavía podía tener hijos e hijas. Es decir, ser traidor a Dios y complacer al mundo y a la carne. Este alegato de San Francisco pone ante nuestros ojos que era muy consciente de la posibilidad de un declive hacia abajo. Pero este 2·2 Las Florecillas, cap. 25 (ed. B.A.C.) Madrid 1978, p. 545-547. 2a Epistola ad ministrum. Opuscula... (ed. cit.), p. 133.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz