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FUNDAMENTOS ANTROPOLOGICOS Y TEOLOGICOS 163 tiente del hombre que deja entrever, en su des«¡:enso por la cuesta fácil del pecado que no es constitutivamente pecador; Que late siempre en su conciencia manchada un estrato escondido de bondad. Este estrato qui– siéramos ahora hacer patente, fundados en la. antropología y t~logía franciscanas. Problema tan acuciante apenas es rozado en los libros franciscanistas,' tan dignos muchas veces de encomio. Uno de ello~ es el del P. Anasagasti: Francisco de Asfs busca al hombre. Una brisa ~e genuino espíritu fran– ciscano orea en él. Muy teológica la primera p~rte. Más humana la se– gunda, al describirnos la metodología franciscana de la acción misionera. De ésta debe adaptarse a la peculiar circunstanqia del hombre, cuya alta dignidad tanto respetó San Francisco 111 • Sin emb~rgo, a pesar del regusto que nos deja 1a lectura del libro, lo cerramos cpn cierta desilusión. Nos parece silenciada esa bondad nativa del hombre don la que hay que contar al darle la mano para ayudarle a subir. Esto lo s~timos muy hondamente ante la dura frase de Ortega que hemos coment~do: «El derecho supone la desesperanza ante lo humano». Cuantos nos s,ntimos en comunión con el alma de nuestro Padre S. Francisco juzgamos que la frase de Ortega es profundamente anti-franciscana. Porque San Francisco confió siempre en el hombre. Hasta en el blasfemo, agobiado t,-or la desesperación su– prema. San Francisco atisba un fondo de bondad. A ese fondo de bondad buscaba acercarse, para iniciar un diálogo, que pudiera venir a · ser el punto de apoyo para el ascenso a la reconci'liaci<$n deseada. Otra vez acudimos a Las Florecillas que plasman este espíritu en 1 anécdota pasajera. «Sucedió, cuentan, que los '.hermanos servían a los leprosos en un hospital. Había allí uno; tan inipaciente, insoportable y altanero, que blasfemaba de Cristo y de su santa¡ madre; la Virgen María. Los hermanos optaron por dejarlo abandonado arj.te tales blasfemias. Pero no quisieron hacerlo sin consultar a San Francisco. Vino éste a ver al leproso y le saludó: -Dios te dé la paz, herm~no mío carísimo- ¿Qué paz puedo esperar de Dios -respondió enfureci4o- si me ha vuelto po– drido y hediondo? Ten paciencia, hijo -repuso Francisco-; las enferme– dades las da Dios para salud del alma. Mira te voy a servir yo personal– mente. Haré todo lo que quieras. Quiero, dijo el leproso, que me laves de arriba a abajo, pues no puedo aguantarme. San francisco se pone enton– ces a la dulce faena materna de lavar al leproso que va quedando limpio in Pedro de ANASAGASTI, Francisco de Asís bW1ca al hombre, Bi.1,bao 1964.

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