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162 ENRIQUE RIVERA que San Francisco exigió al hno. guardián de Monte Casale. Nuestro ra– zonamiento ha hallado apoyo en la teología y en la exégesis de nuestro doctor seráfico. Pero no pensemos que éste hace de abogado a favor de su Seráfico Padre. Es más bien éste quien ha incitado al gran doctor a los altos vuelos de su teología. Aquí nos sale al paso otro tema de alta cultura franciscana que hoy es detenidamente estudiado. Ya E. Gilson afirmó hace sesenta años, 1924, con genial intuición histórica: «Ce que saint Fran~ois n'avait que sentir et vivre, saint Bonaventure allait le penser» 119 • El problema está ahora en precisar las doctrinas que San Buenaventura asumió de San Francisco. Bajo inspiración de éste formula, sin duda, el gran principio cristológico: «Christus tenet medium in omnibus». También se inspira en San Francisco al exponer el ejemplarismo, por el que contempla en toda creatura un rastro de Dios. Igualmente, cuando eI doctor seráfico exalta la Bondad de Dios, parece estar comentando la plegaria de San Francisco: «.. . altissime et summe Deus, summum bonum, omne bonum, bonum qui solus est bonus.. . » ' 2 º. Dejemos para otra ocasión el comentar los dos primeros influjos que hemos mentado. Ahora baste atenernos al tercero y en el balbuceo infan– til de Francisco ante Dios Padre, llamándole reiteradamente «bueno» de– bemos ver la clave, quizá la suprema, de las vivencias más hondas y plenas del alma de nuestro santo. Desde esa vivencia suprema se nos hace fácil comprender por qué San Francisco se desentiende del frío de– recho en su modo de actuar con los ladrones homicidas. Y por qué manda en la Regla no bulada que se les abran las puertas de la casa, cuando vengan a pedir cobijo de huéspedes. En esta actitud, esencial al alma del Seo. Padre, vemos con toda claridad que su gesto es una réplica al «bofetón» que según M. Scheler impartió la parábola del Hijo Pródigo al derecho clásico, secularmente vigente hasta nuestros días. Con todo, que hasta aquí hemos puesto los ojos en la admirable Bon– dad Transcendente, que fecunda el inmenso campo de lo real y hemos sorprendido a la ingenua bondad de San Francisco en su benevolencia hacia los ladrones como un destello de aquella suma Bondad. Pero nos parece que el tema quedaría muy manco si no nos asomamos a la ver- 19 E. GILSON, La philosophie de saint Bonaventure, París, 21943, p. 59. 2 'º Laudes ad omnes horas dicendae. Oratio. Opuscula Sancti Patris Francisci Assisien– sis (ed. ESSER) Romae 1978, p. 187.

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