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FUNDAMENTOS ANTROPOWGICOS Y TEOLOGICOS 159 del capítulo de las esteras de 1221. Esto indica que el suceso que comen– tamos es poco anterior a la Regla no bulada de 1221. En todo caso, si el hno. Angel no pudo leer el texto escrito de la Regla de 1221, tenía ante sí la Regla viviente, que era el ejemplo y la enseñanza de San Francisco. Se explica entonces que el santo se indignara contra su entusiasta segui– dor un día y que ahora le resulta discípulo poco aprovechado de su pe– culiar camino. La actitud de San Francisco, benévolo con los ladrones y duro con quien los trató según norma de derecho, nos fuerza a preguntarnos muy en serio con qué criterio de valor, de qué parámetro nos tenemos que servir para juzgar la conducta del santo. No raramente esta conducta ha sido declarada escandalosa por hombres de Iglesia, pues ésta no puede regularse por desmesuras imprudentes de una circunstancial corazonada. Mis experiencias personales motivan esta observación que resume los duros reproches que ha tenido que oír y leer contra éste y parecidos gestos de la vida de San Francisco. ¿Se descalificó con ellos nuestro Santo? Pregunta embarazosa que no podemos ni debemos soslayar. Al iniciar la respuesta no puedo menos de recordar la frase plúmbea de Horado: «ab ipso ferro». Hay que tocar hierro, dice el poeta romano. En nuestro lenguaje solemos decir que hay que llegar a la raíz, al fondo del tema. Aquí la raíz escondida, el fondo basHar es el Evangelio. Es éste el que se halla causa en los ataques al santo que hizo del Evangelio su norma. Pues bien, un comentario lacónico, pero denso de contenido, de Max Scheler a la parábola del Hijo Pródigo, nos hace tocar este fondo del tema que la actitud de San Francisco con los ladrones supone. He aquí las palabras de este pensador: «Con razón se ha dicho que la con– ducta del padre respecto de sus dos hijos (en la parábola mentada) es un bofetón a la idea antigua de la justicia» 12 • Estas dos líneas del pen– sador nos hace recordar cómo al buen padre se le conmovieron las en– trañas al ver y estrechar de nuevo al hijo que había perdido. Pero no para hacer justicia entre los dos hermanos sino para alegrarse por el sus– pirado retorno del que en mala hora se alejó. La alusión del hijo mayor a deudas de justicia es incomprensible para el buen padre, quien le incita a contribuir a la alegría de todos por la vuelta de su hermano. Si cotejamos este cuadro evangélico, único en la literatura de todos los tiempos, con el avidoso enfrentamiento de hermanos en día de parti- 1'2 M. SCHELER, El resentimiento en la moral, trad. J. GAos, Rev. de Occidente, Madrid, 1927, p. 86.

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