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158 ENRIQUE RIVERA que defiende el tuyo y el mío, desde la ley de la propiedad en apoyo de intereses. ¿Era lógico el hno. Angel, al razonar de esta manera, si había seguido la altísima pobreza de dejarlo todo y haber renunciado conscien– temente al tuyo y al mío? El hno. Angel no ha visto como la buena madre, cuya sentencia hemos comentado, que el caso singular no siempre cae bajo la ley; que el derecho va primariamente en defensa de intereses que, aunque legítimos, rezuman egoísmo; que el derecho, en sus suspica– cias defensivas, tiende a negar lo mejor que anida en el hombre: esa esencial bondad que en todos late y que hay que hacer aflorar para que el hombre malo se abra a caminos de esperanza hasta una definitiva re– conciliación. Comenzamos a entrever aquí que el razonamiento del guardián fran– ciscano no era en verdad muy franciscano. Pero más importante es per– cibir en el último inciso de esta primera reflexión la existencia de otras vías que las meramente jurídicas, por las que la convivencia humana pudiera realizarse de manera más fácil, más humana y más feliz. Inten– temos ahora mostrar esta otra ruta de esperanza. 11. El momento de la bondad Las Florecillas continúan su relato, refiriéndonos cómo apenas despe– didos los ladrones, llegó San Francisco al eremitorio. Al instante el hno. guardián le informa de cómo terminaba de despedir a la mala gente im– portuna. San Francisco no sólo no alaba su comportamiento sino que le reprocha el que haya tratado duramente a los hermanos ladrones. Este apelativo les da San Francisco según el Espejo de Perfección. San Fran– cisco da como razón al hno. Angel que Cristo no vino a llamar a los justos sino a los pecadores. Y su Evangelio nos dice que no tienen nece– sidad de médico los sanos sino los enfermos. Practica San Francisco en esta ocasión lo que había taxativamente mandado en la Regla no bulada: «Y todo aquel que venga a ellos (a los hermanos) amigo o adversario, ladrón o bandido, sea acogido benévola– mente» 11 • La Leyenda de Perusa y el Espejo de Perfección dan el relato de este suceso después del encuentro, en Florencia, de Ugolino y San Francisco, cuando éste se habfa puesto en camino para Francia, y antes 11 Regla no bulada, cap. VII.
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