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28. Santa María de fa Cabeza. Anónimo; segunda mitad del s. XVI. Colección de Ángel Huarte y Jáuregui. alaba el modo de vivir la vida de familia nuestro santo: «Es hombre de buenas cos– tumbres, tiene una esposa legítima y un hijo, gobierna acertadamente la casa. . .» (N. 0 6). Llegados a cierta edad, el matrimonio de– sea espiritualizar más su amor, y deciden po– ner en práctica lo que permite el apóstol Pa– blo: «No os neguéis el uno al otro sino de mutuo acuerdo, por cierto tiempo, y para daros a la oración» (I Cor 7, 5). Después de una reflexión madura, Isidro y María se se– paran para «vivir castamente lo restante de su vida» y dedicarse más intensamente a la oración. Según la tradición, Isidro se queda en Ma– drid, y su esposa María de la Cabeza se re– tira a Caraquiz donde tendrá más tiempo para ejercitar su vocación solitaria y contem– plativa, y al mismo tiempo «cuidaría de la er– mita de nuestra Señora, donde la R~ina de 38 los Ángeles la había enamorado sobre mane– ra, ya desde su juventud» 15 • Allí transcurría su vida con tranquilidad, hasta que un día alguien levantó la calum– nia y la acusó de adulterio. «Nos quiere tan mal el demonio -anota el P. Nicolás- que cuando no puede conseguir traernos en cul– pa, procura por todos los medios que ande– mos en pena». Y así, estando María de la Cabeza en Caraquiz, «el diablo consiguió se divulgase por el contorno el rumor de que la santa trataba mucho con los pastores de aquellos lugares, y con pretexto de estarse en la ermita de la Virgen vivía deshonestamen– te con los ganaderos de las riberas del Jara– ma. No faltó quien hallándose casualmente en Madrid, con capa de celo, se lo dijera al siervo de Dios ... Al día siguiente, Isidro se puso en camino con el que le dio la noticia, y otros paisanos que regresaban a su tierra... Al llegar cerca de Talamanca les cogió un gran turbión de agua. Creció con la tempes– tad el río J arama de tal suerte, que ni con barco era fácil pasarle . .. Iban caminando río arriba, y al dar vista a Caraquiz, he aquí que sale de su casita la bendita María, cu– bierta con su mantellina, llevando una vasi– ja de aceite, y un tizón encendido. Admira– dos todos, decían: ¿Dónde irá esta mujer con la tarde que hace, y con el río tan crecido, que ni con barco se puede pasar a la ermita? Iba ella por su camino, y éstos por el suyo: Isidro callando y los demás sin perder a la santa de vista. Llegó a la margen del río, hizo la señal de la cruz sobre las impetuosas corrientes, quitóse su mantilla, tendióla so– bre las aguas, y después de componerse bien su toca se puso de pies sobre aquel débil bar– co de lana. Levantó los ojos hacia la ermita de Nuestra Señora, y con la alcuza en una mano y el tizón encendido en la otra, pasó con felicidad al otro lado, bien que asistida de la Virgen María, que en esta ocasión di– cen se la apareció, y cogiéndola un brazo la fue guiando por encima de las aguas. A vista de un milagro tan patente se vol– vió Isidro a los que iban con él, diciendo: ¿Es esta la que dicen que es tan mala? Por ser tan buena no merezco yo, pecador, su
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