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va a desvelar la caridad de Isidro : «Había to– mado como norma aquel dicho del justo To– bías (4,8) a su hijo: Si tienes mucho, da en abundancia; si poco, da algo de buena gana. De modo que, llenas sus entrañas de mise– ricordia, en ningün tiempo cesaba de dar li– mosnas, a medida de sus posibilidades . Ocurrió un sábado que habiendo entrega– do a los pobres cuanto había en la cocina, se presentó de improviso un pordiosero solici– tando limosna . :Movido de extrema piedad, no teniendo otra cosa que darle, dijo supli– cante a su mujer: Te ruego por Dios, queri– dísima esposa, que si sobró algo de la olla, socorráis a este pobre. Ella, aun estando se– gura de que nada había sobrado, por darle contento se fue a traer la olla vacía, y, por– que Dios quiso satisfacer el deseo del piado– so siervo, la encontró llena de comida. Sor– prendida por tal maravilla, de momento se quedó parada, pero reconociendo en segui– da milagro tan claro, consciente del benefi– cio divino, sumir.istró al mendigo cuantiosos alimentos. Temió éontárselo a su marido, por saber cuán enemigo era de la vanagloria. Mas, como a los que arden en el espíritu de Dios no se les puede cerrar la boca, lo contó a sus vecinos y a otras personas comprensivas. Nosotros lo consignamos tal como nos lo narraron personas fidedignas» (N. 0 4). El amor de Isidro no se limitaba a las per– sonas. Él era un contemplativo. En sus ho– ras en el campo había aprendido a ver la creación como la gran obra de Dios . Todo era producto de su amor. El santo gozaba con la creación, amaba a todas las criaturas. Cuando alguna sufría, se le conmovían las entrañas, y su aoor se ponía en acción. Juan Diácono nos contará una deliciosa florecilla franciscana: «Y así ocurrió que, cierto día de invierno, estando la tierra cubierta de nieve, según iba de camino a moler un poco de tri– go, en compañfa. de un hijo pequeño, al ver en los árboles una bandada de palomas, ator– mentadas, a juicio suyo, por hambre de mu– cho tiempo, limpió el suelo con sus pies y manos, y lo cubrió con buena parte del trigo que él había reservado para cubrir sus pro- 27. San Isidro Labrador. Anónimo; segunda mitad del s. XVI. Colección de Ángel Huarte y jáuregui. pías necesidades» (N. 0 1). El Señor premia– rá este gesto compasivo de Isidro con las aves, multiplicándole la harina en el molino. Recia personalidad la del santo madrile– ño . Cristiano convencido, seguidor de Jesu– cristo por los caminos de la pobreza y del amor. Trabajador incansable para ser útil a sí mismo y no ser gravoso a nadie. Todo un modelo para el hombre de hoy. El matrimonio se separa temporalmente: una concesión de San Pablo Isidro había leído y escuchado la doctrina de San Pablo sobre el matrimonio: «Que cada hombre tenga su mujer, y cada mujer tenga su marido. Que el marido dé a su mu– jer lo que debe y la mujer de igual modo al marido» (I Cor 7, 2-3). Fruto de esta dona– ción les nació un hijo. Las relaciones de Isi– dro con su mujer eran normales, y servían para unirles cada día más . Juan Diácono

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