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Caridad Si algo tenía claro nuestro santo, después de escuchar la Palabra de Dios, era que la ca– ridad, el amor al prójimo tenía que ser el quicio de su vida cristiana. El Señor incul– caba muchas virtudes , pero Isidro se daba cuenta de que, por encima de todas y con una insistencia machacona, Jesús recomen– daba la caridad . Más aún: la había puesto como distintivo de todo aquel que quisiera ser reconocido como su seguidor: «Este es mi mandamiento, que os améis unos a otros , como Yo os he amado» On 15,12). «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os téneis amor los unos a los otros» O n 36 26. Detalle para el fresco ante– rior, de Ramón Stolz. 13,35). El mismo juicio final va a tener como marco de referencia la práctica del amor; la propia salvación o condenación va a depen– der de la actitud ante el prójimo: «Lo que hi– cisteis o no hicisteis a los demás, a Mí me lo hacíais» (Mt 25, 34-46). Asimilada la doctrina, nuestro santo tra– taba de hacerla realidad, dedicándose con todo entusiasmo a ayudar al prójimo, sobre todo a los más necesitados, repartiendo con ellos su tiempo y los bienes de que disponía. Todo Madrid lo sabía: la casa de Isidro -so– bre todo los sábados y domingos- era un hogar abierto, y en ella podían comer todos los pobres que llamaran a sus puertas. Es nuevamente Juan Diácono quien nos
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