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señor Isidro, a quien elegisteis para cultivar vuestros campos, pagándole un sueldo anual, se levanta al amanecer, recorre todas las iglesias de Madrid a título de hacer ora– ción, y en consecuencia, viene tarde al tra– bajo y no hace ni la mitad de lo que está obli– gado a hacer. Os decimos esto no por envi– dia o mala voluntad sino por teneros al tan– to de lo que conviene y es provechoso para vuesta casa ... » (Nº 2). El milagro de los ángeles arando: «Su amo, decidido a comprobar los hechos, se puso en camino muy temprano , se escondió en un cerro de poca altura, para espiar al va– rón de Dios con sus propios ojos. Al verle ve– nir muy tarde, consideró excesiva su negli– gencia en ponerse a labrar, y se entristeció. Cuando, lleno de cólera, iba preparado para hacer una ruda amonestación, distrajo un momento su n:irada a otra parte, y al diri– girla de nuevo hacia su campo, el poder de Dios hizo que viese en él, además de su yun– ta , otras dos de color blanco que araban con ritmo vigoroso y resuelto a derecha e izquier– da de la de Isidro. Asombrado y muy sorprendido, no encon– traba la explicación de lo que había visto, hasta que cayó en la cuenta de que, al no te– ner el varón de Dios ayuda humana, aque– lla cooperación debía ser un regalo del cielo. Se acercó, gozoso y admirado, para averi– guar aquella novedad. Ya en su finca, sola– mente vio trabajando al varón de Dios. Con el pensamiento puesto en el prodigio, se acercó a él y luego de un breve saludo le pre– guntó con la mayor discreción: Te ruego que me digas, carísimo, por Dios Nuestro Señor, a quien sirves con fidelidad, quiénes eran los que hace poco te ayudaban en la la– branza. Los he visto con mis ojos, y de re– pente han desaparecido. A lo que respondió llanamen te el varón justo, consciente de sí mismo: En presencia de Dios a quien sirvo según puedo, honradamente os digo, que en esta agricultura ni he llamado ni he visto a nadie para que me ayude, sino sólo a Dios, a quien invoco y tengo en mi amparo. Aquel caballero, emocionado por lo que había visto e iluminada su mente por el cie- 34 lo, comprendió la gracia divina que asistía a su criado. Y dijo al marcharse: Menospre– cio todo cuanto me dijeron de ti los adula– dores y chismosos, y de ahora en adelante pongo bajo tu mano todo lo que poseo en este campo, y dejo a tu libre volLntad todo lo que se ha de hacer. Nada más concluir la despedida, inició el regreso a su domicilio, y contó a muchos de sus convecinos lo que ha– bía pasado. Este milagro, entre otros, quedó imborrable hasta hoy en la memoria de mu– chos» (Nº 2). Respecto a este hecho milagroso, conven– dría resaltar algo que el pueblo ha tergiver– sado. Siempre se ha dicho que mi~n tras Isi– dro rezaba, los ángeles trabajaban por él. Y no es esto lo que afirma el primer biógrafo, como acabamos de ver. Juan Diácono nos dice claramente que Isidro estaba trabajan– do, y que otras dos yuntas arabanJ:untamcn– te con él, a derecha e izquierda, para ayu– darle, no para ahorrarle la fatiga del trabajo. Más aún: de alguna manera, el mismo Isi– dro contradice a su amo, y parece negar la existencia real de este milagro; se trataría más bien de una visión subjetiva de Iván. Recordemos las palabras del Labrador: «En esta agricultura ni he llamado ni :1e visto a nadie para que me ayude». El trabajador del campo no tenía horario fijo; su jornada laboral se prolongaba de sol a sol. Al atardecer, Isidro subía por la Cue~– ta de la Vega, pasaba las murallas por la puerta del Almud, y visitaba a la Señora en su templo de la Almudena. Eran aquellos unos de los momentos más esperados y queridos de nuestro santo. El Labrador amaba de una manera especial a la Madre de Dios, sobre todo, bajo este título de la Almudena. El bió– grafo no nos ha transcrito las oracones que dirigía Isidro a María, pero podemos imagi– nar las palabras de cariño y de amor que sal– drían de sus labios y de su corazón. María le daba nuevos ánimos y le. alcanzaba nue– vas gracias para que siguiera adelante en sus ansias de perfección. Despaés, a casa de los Vargas. Había que atender a los animales: comida, limpieza. .. ; recibir órdenes del amo y dejarlo todo a pun-

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