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no sean quizá estrictamente históricos, el au– tor ha querido reflejar, a través de ellos, las virtudes y la santidad de Isidro, de la cual ciertamente estaban convencidos sus con– temporáneos. Nuestra referencia a este ma– nuscrito será constante; citaremos los núme– ros dentro del texto. Otro pilar sobre el que se va a apoyar esta parte de nuestra obra es la afirmación, para mí importantísima, que hace Juan Diácono: «Isidro había hecho el firme propósito de vi– vir según las enseñanzas de la Sagrada Es– critura» (N. 0 1). Esta afirmación nos hace su– poner que el Labrador leía la Palabra de Dios y, sobre todo, que la escuchaba en las muchas misas en las que participaba cada día. Isidro poseía una espiritualidad bíblica; dato decisivo para explicar muchos de los he– chos de su vida, conservados por la tra– dición. Con estas aclaraciones, veamos la parte central de la vida de San Isidro y su mensa– je para el hombre de hoy. Medios de santificación Isidro construyó su santidad sobre un tri– ple fundamento: la oración, el trabajo y la caridad. Oración La oración es la clave para entender la vida del santo m2.drileño. En los largos es– pacios que dedicaba cada día a la oración, había asimilado los dos aspectos fundamen– tales de la vida de Jesús. Según los evange– lios, Jesucristo aparece en primer lugar en una comunicación permanente con Dios: «Se retiraba a los lugares solitarios, donde ora– ba» (Le 5, 16) . «Se fue al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios» (Le 6,12). En los momentos trascendentales de su vida, Jesús oraba, dialogaba con el Padre. Pero al mismo tiempo, Jesús no fue egoís– ta, ni encerrado en sí mismo. Aparece cons– tantemente como «un ser para los demás». 28 Se pasaba los días trabajando, anunciando el Reino, curando enfermos ... ; y cuando, cansado, se retiraba a casa c::m los apóstoles la muchedumbre le seguía, «t:i.nto que no po– dían ni comer» (Me 3,20). Las necesidades de los hombres se habían adueñado de su corazón. Isidro percibió en seguida este doble as– pecto de la vida del Maestro y trató de imi– tarle. «Todos los días, muy de mañana, an– tes de ir a su trabajo de labrador, visitaba muchas iglesias», nos dice su primer biógra– fo (Nº 1). Eran aquellos unos momentos de– liciosos para nuestro santo. Allí se encontra– ba con el amigo, con Jesús Eucaristía, con Dios. Y se entablaba un diálogo intermina– ble entre los dos. Isidro, unc.s veces, habla– ba y conversaba con Él; otr2.s, bastaba una mirada o un silencio amoroso compartido por ambos. Isidro sabía estac con Dios; no tenía prisas; se encontraba a gusto a su lado. Pero esta oración no era ali~nante. Al con– trario, este contacto con Dios le comprome– tía profundamente en el sen-icio y amor al prójimo. Isidro estaba conver:.cido de que no se puede llegar a la unión con Dios que es Amor, más que siendo un ho:nbre que ama, que se preocupa de los demá~, que se abre a las necesidades ajenas. Y esta actitud de apertura le llevaba necesaric.mente a com– P.artir: Todo lo de Isidro era para los demás. Él sabía que hay muchas personas que no en– tienden que el hombre rece, que «pierda el tiempo» dedicándolo a la oración. Pero tao– bién sabía que lo que sí enti-=nden todos es el lenguaje del amor. El hombre vale lo que adora, vale lo que vale el Dios a quien reza. Isidro no quiso ser– vir a ningún «dios» pequeño; escogió al úni– co Dios. Y en este contacto con Dios-Amor crecía espiritualmente, maduraba, escalaba las cimas más altas de la santidad. La oración de Isidro, según sus biógrafos, tenía también un carácter marcadamente mariano. Los sábados eran días dedicados especialmente a la Señora. Santa María de la Almudena era la primera. Luego el La– brador, saliendo por la puert:i. de Guadala– jara, se dirigía hasta la Virgen de Atocha. El
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