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teza; y ruega a los Apóstoles que le lleven hasta el sepulcro. Se cumple su voluntad. Más he aquí, que al apartar la losa, encuen– tran la tumba vacía. El Señor había obrado el milagro, y se había llevado al cielo también el cuerpo de su Madre. Los teólogos han acumulado un sinnúme– ro de razones que parecen exigir y reclamar este hermoso privilegio de María. El alma de María, dicen, estuvo siempre llena de gra:::ia; su carne jamás experimentó la mordedJra del pecado. ¿Cómo, pues, podría un cue::-po que era todo luz convertirse en polvo de la tien-a? ¿Podría Jesús permitir que aquel ccer- 82 po del qce tcmó Él su misma carne, sufriera la putrefaccién del sepulcro? Cristo, cabeza, entró el primero en el Reino el día de la Ascensión. En la Asunción lo hace el miem– bro más nob~e de ese cuerpo : la Virgen María. La "llena de gracia" se transforma en "r ena de .5loria". La Ascnción conlleva un mensaje de opti– mismo. La muerte no es el final del camino; no es más que una etapa en el recorrido ha– cia la vida eterna. Carece de fundamento el horror a la a::iiquilación total. Creado en el tiempo, el r_ombre no dejará de existir. Nuestro cestinD es eterno.

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