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que habían dado a luz. La ceremonia toczba ya a su fin, cuando impulsado por el Espí::-itu Santo, hace su aparición el anciano Sime-Sn, uno de los representantes del "resto de los pobres de Israel", que aguardaban al Mes~as. Temblando de gozo y emoción tomó al Wmo en sus brazos y profetizó diciendo: "Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en ¡:::az, porque mis ojos han visto a tu Salvador". José y María, al oír estas palabras, se llena– ron de asombro; y Simeón, mirando framen– te a los ojos limpios y transparentes de María añadió: "Y a ti una espada te traspasará el al– ma". Es fácil que María no comprendiera en su totalidad el alcance profundo de esa eEpa– da mortal atravesándole el corazón . Toda profecía es oscura antes de su realización. Pero era un aviso serio que la acompañar::a a lo largo de su vida, hasta consumarse al pie de la cruz. La distribución del sufrimiento er: el mundo es el gran secreto de la divina Providencia. Con todo, una cosa es cierta. No hay que ver el dolor, la enfermedad, las desgracias ... como un castigo de Dios Al contrario, cuando llegan, es que viene el Señor. Así lo afirma el autor de la carta a los Hebreos (12, 6-8): "Dios, a quien ama, le re– prende, y azota a todo el que recibe por hi– jo. Pues ¿qué hijo hay a quien su padre no corrija? Si no os alcanzare la corrección -.¡ el castigo, sería señal de que erais bastardos y no legítimos" . Las dos personas más queridas de Dios Padre: Jesús, cargado con la cruz, y Maía, atravesada por la espada, son las pruebas definitivas de la impo1tancia del dolor e'.'l la redención del mundo. La posición de los hombres ante este gran misterio del sufri– miento varía grandemente. Es lo mismo :iue sucede ante un rosal en plena primav~ra: Unos se acercan a él y se hieren, se hacen daño con las espinas; otros se acercan v se llevan preciosos capullos en las manos. Texto evangélico: Lucas 2, 22-35. "Cuando llegó el tiempo de la purificación de Maria, según la le:J de 72 Moisés, .'"teva:-on a Jesús a Jerusalén, para presenta •:o aí Señor de acuerdo con lo escri– to en la ley ciEl Señor: Todo primogénito va– rón será -:;onsagrado al Señor, y para entre– gar la ol;lación como dice la ley del Se:iior: un par de tór:olas o dos pichones. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado y piadoso, que agi.ardaoa el consuelo de Israel; y el fupíritu Santo moraba en él. Había recióido un orácdo del Espíritu Santo: que no ieria la muerte m;tes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu Santo, fue al ,em– plo. Cuavzdo entraban con el Niño sus pa– dres para cumplir con él lo previsto pcr la ley, Simwn ,'o tomó en brazos y bend~io a Dios dic:endo: Ahor::i, Ser.-or, según tu promesa, puedes dejar a :u sieJ?_)O irse en paz; porque mis ojos han visto a ttt Salvador, a quien haspresenta– do ante txlos los pueblos: luz para alumbrar a las nac--:i,ones y gloria de tu pueblo, IsraEl. José ~J Mar:a, la madre de Jesús, estaban admirados y>r lo que se decía del t,año. Simeón los bendijo diciendo a Maria, su ma– dre: Mira: este está puesto para que muchos en Israe; ca:gan y se levanten; será cJmo una bandera discutida: así quedará clara la actitud ;;,'e nu;,chos corazones. Y a ti una es– pada te t""as¡x;;.sará el alma". Adoración de los Magos La salvació::i traída por el Niño-Dios es pa– ra todos. "Dios quiere que todos los horr:.bres se salven y lleguen al conocimiento de la ver– dad" (1 '":"im 2, 3-4). No sabemos cómo hará llegar Dios estos deseos de salvación a todos los hombres; pero sabemos que Él lo hace. Si a los p2-stores les invitó a acercarse a jesús por medio de un ángel, y a los magos a tra– vés de u::ia e.<trella, Dios tiene estrellas ~ án– geles suficientes para llegar al corazón de to– cas y cada u:ia de las personas, hasta er_cen– cer en ellas el deseo de la salvación. ¿Quién no ha sentido alguna vez en ru vi– da el paso de un ángel o de una estrella que le ha in,,itado a ir hacia Dios, a ser mejor? No

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