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V. MARÍA EN LOS EVANGELIOS María es verdaderamente un personaje histórico: su existencia y su acontecer son in– contestables, si se aplican los métodos ordi– narios de la historia; los métodos por los cua– les consideramos tener conocimiento cierto, por ejemplo, de Aníbal o del emperador Augusto. Los evangelios contienen cantidad de precisiones incontrovertibles sobre María, que nos la dan a conocer como un personaje bien real. Una mujer adornada con la mayor dignidad: es la madre del Señor (Le 1, 43); pero al mismo tiempo, viviendo con la mayor sencillez. Sólo los "maestros de la sospecha", que reducen la fe a un sueño, a algo subjetivo e irreal, han pretendido :Jorrar de la historia a la "sierva del Señor" , a la "madre de Jesús". Jesús, "otro pobre que escapó también por muy poco del silencio de la misma historia". Estos maestros de la sospecha presentan a Cristo y a María como productos más o me– nos subjetivos de la primitiva comunidad cristiana. Olvidan que los Apóstoles son ante todo testigos oculares: vieron con sus ojos a Cristo vivo y a su madre María (lJn 1, 1). "La Iglesia se ha fabricado una diosa", afir– man algunos historiadores de las religiones. Nada más lejos de la realidad. El horror de los primeros cristianos -de los mismos evangelistas- por las diosas paganas, expli– ca su extrema discreción en lo que se refiere a la Virgen María. Señalaron admirablemente la diferencia entre aquellas divinidades cós– micas, encarnación exuberante y opulenta de los poderes de la naturaleza, y esta mujer, sir– vienta y pobre, convertida en madre humana del Verbo encarnado. Es extraordinaria la perspicacia con la que previeron toda confu– sión en este punto. Es importante admitir la historicidad de María. Un Jesús elaborado por las primeras comunidades cristianas; y más aún, una María fruto de la imaginación de los primeros cristianos, perderían sustancialmente su sig– nificado y su valor. En todo lo que tiene im– portancia en nuestra vida, tanto en dinero co– mo en amor, no confundimos la ilusión y la verdad: No es lo mismo el cheque válido y el cheque sin fondos; no es lo mismo una per– sona fiel, que la que engaña constantemente. María nos trasciende, y cada época la ha descubierto a través de la propia sensibilidad. La imagen de los Santos Padres, no es la de la Edad Media; la de los iconos, no es la de nuestras catedrales. Esto no puede llevarnos a afirmar: la Virgen no es más que lo que se hace de ella según las culturas y las diversas concepciones. La diversidad de imágenes es la de nuestros medios de expresión. Si hay pluralismo no es precisamente en la persona de María, sino en la indigencia de esos mo– dos de expresarse: imágenes y lenguaje. 61

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