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para la devoción privada, por un conservadu– rismo miope que apela a las desc::-ipciones que ofrecen los videntes para traducr el cora– zón inmaculado de María , la V_rgen de Lourdes, Fátima ... Sin embargo, cJando le preguntaron a Bernardette a qué pintura se parecía más la Virgen que había visto en las apariciones, señaló un icono del siglo XII. Al artista que realiza una pintur;::_ o escul– tura para un templo, se le plantea un dilema difícil: la de ser fiel a las últimas tendencias artísticas - escasamente asimilables por el pueblo--, o la de aceptar una tradición que imita creaciones agotadas ya anteLormente por sus propios creadores. El a1te religioso tiene que ser un arte que se entienda. Y para conseguir esa claridad de conceptos se nece– sita una fe interior de la que es posil::le no an– den muy sobrados los artistas de ahora. Fray Angélico llevaba sus Anunciaciones en el al– ma antes de pasarlas a los pinceles. 24 Cor: el Concilie-Vaticano II se abren nue– vos ho::-izontes .:il artista. El Concilio (L.G., c. 8) nos presenta a María inserta en la historia de la salvación y como modelo en la peregrina– ción ::le la fe. Esta es la imagen de María c;_ue el artista debe captar y traducir a un lenguaje asequible, que diga algo al creyente de hoy. Un ee:-nplo típtco de esta nueva sensibilicad religbsa es la ::omposición María, discípula de Crwo (Italia) que, con sentido plástico, di– námi:o y colo::-ista pone a María de rodillas delar:te ce Cristo, que la invita a seguirle. En línea con el Va:icano II, esa imagen es consi– derada en el terreno ecuménico como emtle– ma y prefiguración de una forma nueva de mirar a j\faría y como un puente lanzado en– tre el catolicismo y los hermanos separados. La Yirgen María espera ahora, como ha -=s– peradc s~empre, que llegue, desde la creen– cia, el are que la haga viva y actual en sus imágenes.

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