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como orante y sin el :'-Jiño, entre los Apóstoles San Pedro y San Pablo. Estos obje– tos que han sobrevivido a las grandes devas– taciones, son otros tantos testimonios del cul– to a la V:rgen, anteriores al Concilio de Éfeso. En el Concilio de Éfeso (años 431), se de– finió la maternidad div:na de la Virgen: María es Madre de Dios. Este acontecimiento fue trascendental para el culto y devoción a la Virgen. Se multiplicaron entonces las fiestas en su honor, primero en Oriente y luego en Occide:ite (P ::-esentación de Jesús en el Templo con sus padres , Anunciación , Natividad, Dormición o Asunción), y se le consagran iglesias en todas las partes del mundo. Según un testimonio del siglo VII– VIII "no hay ciudad, ni pueblo, ni isla que no tenga un templo dedicado a María" . La influencia del Ccncilio fue también im– portante para la iconografía mariana que quedaría fijada de manera casi definitiva por el arte bizantino, heredero y continuador del arte paleocristiano. María en el arte bizantino y prerrománico ( siglos VI al X) Bizancio creó varios prototipos de imagen mariana llenos de ternura y delicadeza, que luego copiarán artistas medievales y moder– nos. Aparece la Virgen del tipo "Odegitria", la que señala el camino. En esta época la Iglesia está especialmente comprometida en la de– fensa del dogma, pero el arte no renuncia a pintar la ternura de la Madre hacia el Hijo, y del Hijo hacia ~a Madre. Así lo demuestra: el Niño Jesús que acaricia la barbilla de su ma– dre; el que se enrosca alrededor de su cuello; el que juega con su corona; el que pone la mejilla sobre s~ mejilla ... La Virgen que estre– cha en sus brazos al Niño es una escena que se encuentra también en algunas pinturas de Egipto y en medallas de plomo. Desde el punto de vista artístico, estas imágenes se nos presentan vestidas, bien con la sobria indumentaria romana de túnica y manto, bien con el lujoso traje cortesano bi– zantino. 9. Miniaturas que ilustran las hojas de un "Beato" sobre los Comentarios del Apocalipsis. Antes de llegar al románico, y ciñéndonos ya sólo a España, las creaciones artísticas más importantes son los manuscritos miniados producidos en los monasterios. Entre estos manuscritos destacan los que se reconocen con el nombre de Beatos. San Beato nació en Liébana en el siglo VIII. Abad y sacerdote, fue un gran defensor de la verdad católica. Su obra más importante, y que durante seis si– glos gozó de una gran autoridad, fue un Comentario al Apocalipsis. De este libro se conservan veinticuatro co– pias, profusamente ilustradas en distintos monasterios, que datan de los siglos X al XIII. Dichos manuscritos tienen ur:. valor iconográ– fico incalculable, por el hecho de que no son 17

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