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que conoce las noticias sobre los Apóstoles recogidas en el Breviarium Apostolorum, las repita todas menos la referente a la estancia en España de Santia~, la cual corrige y le asigna solamente Jerusalén. La liturgia mozárabe, en cuanto podemos juzgar por los manusc::-itos anteriores al siglo XII, no muestra especial solicitud por Santiago. Su fiesta se celebra en el mes de di– ciembre, junto a la de :,u hermano Juan o in– mediatamente después, como en Oriente. Y en esa fiesta no hace a~usión a lG, predicación de Santiago en España. En tiempos muy recientes, el eminente historiador Claudia Sánchez Albornoz afirma que, "pese a todos los esfuerzos de la erudi– ción de ayer y de hoy, no es posible, sin em– bargo, alegar en favcr de la presencia de Santiago en España y de su trG,slado a ella una sola noticia remota, clara y autorizada. Un silencio de más de :,eis siglos rodea la in– verosímil llegada del Apóstol a Occidente, y de uno a ocho siglos la no menos inverosí– mil translatio. Sólo en el siglo VI surgió entre la cristiandad occidental la leyenda de la pre– dicación de Santiago en España: pero ella no llegó a la Península has'.:a fines del siglo VII". Más adelante añade: "La Iglesia española no conservaba ninguna tradición sobre la cristianización de España por Santiago. Parecen acreditar esa ignorancia varios he- chos, inexplicables si aquélla hubiese existi– do. ·De haber creído los peninsulares en la predicación jacobea en tierras hispanas, es seguro que Santiago no habría ocupado un lugar insignificante en la epigrafía paleocris– tiana, visigoda y mozárabe. Y sería incom– prensible que no se hubiese celebrado la fes– tividad del Apóstol en la liturgia hispano-visi– goda, ni en la mozárabe temprana". Dicho todo lo que antecede, debemos re– cordar las palabras del mismo Sánchez Albornoz en su libro España, un enigma his– tórico: "Poco importa que el sepulcro com– postelano sea o no el sepulcro del Apóstol. Si allí hubieran ya~ido en verdG,d los restos de Santiago y la cristianidad lo hubiera ignora– do, la fecundidad histórica de tamaña reli– quia habría sidc nula. Creyeron los peninsu– lares y creyó la cristianidad y el viento de la fe empujó las velas de occidente y el auténti– co milagro se produjo". En Compostela recordamos la figura señe– ra de uno de los grandes Apóstoles de Jesucristo, Santiago el Mayor, que vivió inten– samente su fe h:ista entregar la vida por de– fenderla. Acercarse hasta allí a implorar al Apóstol que nos alcance del Señor una fe vi– va, profunda, manifestada en obras, es lo im– portante --como debe suceder en cualquier santuario--. Lo demás: presencia de huesos, de reliquias ... es totalmente secundario. 13
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