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purificado por Cristo y por la asces:s de los anacoretas. El puente sería simbólica invitación a adentrarnos en la profundidad paisajística. Toda la composición se remansa. No hay movimiento en las figuras vivientes: San Jerónimo está arrodi– llado, piedra sobre el pecho y los ojos fijos en el crucifijo, el león tumbado y con las vista perdida en un hori- zonte lejano. El pajarillo, posado en la rama de un árbol, admira la frater– nidad cósmica hombre-animal-natura– leza. Es un óleo, más de una tendencia que de un autor: los colores derr.asia– do impuestos, sin integrarse, los símbo– los demasiaGo añadidos. Cuadro :esti– monid que :::-ecoge un episodio vital. CORONACION DE NUESTRA SEl\fOR.A (Copia) Francisco Ignacio Ruiz de la Iglesia Veintisiete figuras angélicas están presentes en este pequeño lienzo, ocupando los más inverosímiles luga– res; y en posturas no muy académicas, pero de mucha teatralidad. Rodean a las tres figuras centrales de María, Cristo y el Padre, que tienen una cuali – dad común: la ampulosidad de sus vestidos. Todos los personajes del cuadro están dentro de un óvalo. Parece que Ruiz de la Iglesia poseía una gran 90 sobriedad en la realización de sus retratos, mie~tras que en sus cuaJros religiosos de~a que la imagina~ión construya complejas compos1c1cnes, con nqueza de personajes y coloridos j ordanescos. La impresión producida es de que existe un movimiento descendente. Los mantos Se abomban hacia arriba, lo mismo que el humo que sale del incensario.
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