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V. M. al oir el amor de sus vasallos? En la época en que hablo, no podía V. M. conocerio y se alegrará de oírlo de los que hemos sido testigos de sus extremos. En su infancia, Señor, en aquella edad tan funesta y azarosa para todos los hijos varones que antes de _s. M. vinieron al mundo de su regia esnrpe, fue también acometida su real perscna ce la mortal enfermedad que tiene en el cielo a s:is augustos hermanos; mortal digo, Señor, por la confesión de sus facultativos que a V. J\: . a~istían; mortal por la triste expe– riencia que se tenía de los estragos que había ~ausado ... Lloraban ~os augustos progenitores de V. M., lloraba ese amabilísimo tío de V. M . con cuya autoridad co=-itesto en cuanto voy diciendo; lloraba el dignísimo abuelo de V. M. que entonces todavía feliz– mente rei=-iaba No, no, en esto me equi– voco . El Grar. Carlos 111 era el único que en medio de la aflicción mantenía la serenidad de ánimo, lloraba, pero por otro principio, luego lo diré ... era e~t~ ,efigie soberana el objeto a quien d1ng1an sus oraciones toda la Real Familia :::on la Corte para obtener e~te beneficio. Callaré muóo de lo que v1, porque no puedo decirlo todo. ¿Pero cómo callar la ardentísima confianza cor. que el gran Carlos III oraba en pre5encia del divino simula– cro dejando ·:)añado el solio con sus lágrimas, (yo las vi) y que dan razón de la misteriosa calma de su espíritu que al mismo tiempo manifestaba? .. de ag~í, de los pies de esta i:nagen de su d1vmo Redentor sacaba aquella seguri – dad con que a pesar de las malas noti– cias, repetía (entonces mismo lo oí) . No muere Fernando, no, no mue– re" (42) Tres profec íaspara el rEy. ¿Por qué el orador se expresaba en estos términos? Creo de interés el q·.1e se conozcan las razones en las q·.1e Carl,os 11!, se apoyaba y a las q·.1e hacia alus10n el P. Villaodriz . Los religiosos de este conven:o conocían que Carlos 111 había tratado con una cierta familiaridad, cuando era rey de N ápoles, al Reverendísi□o P. F,r. J~sé Man·a ltevanna, general que habia sido de la Orden Capuchi~a. ~l rey le veneraba como a un gran siervo de Dios y traía siempre :,u retrato con él, Estando un día en este cazadero real aseguró al P. Fr. Urbano de los Arcos, Guardián de este conven– to durante los años 1767-1773, que el P. Itevanna le había hecho tres profe– cías: En la primera le había asegurado que en un futuro próximo llegaría a ser Rey de España. La segunda, no había sido tan optimista, ya que le presagiaba que en sus guerras no iba a ser muy feliz y en la tercera, la que rr:ás nos interesa y va ligada a esta r..istoria, es que le aseguraba "que después de haber estado España a punto de perd-er– se, tendría como sucesor un Fernanco ' en cuyo reinado se restablecer:.'a todo lo perdido" ( 43 )_ Los oyentes seguían con atención este discurso, pero mucho más el Rey Deseado en quien todos ten::an pues_tas sus esperanzas para que España volviera a ser la gran nación con la cue todos soñaban. - Si España no volvió a tener la gnn– deza anterior al menos este lugar sí recuperó gran parte de su prestigio y el Rey Fernando VII no fue ajen:) a esta circunstancia. 33

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