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IV VEINTE Al\fOS DE SILENCIO A la brillante historia del siglo XVII, seguiría la sencilla, pero no me– nos interesan-::e del siglo XVIII. Sus vicisitudes se resumen en breves líneas, pero en ellas podemos adivinar que la Santa Imagen seguía siendo el imán atractivo para reyes, nobles y pueblo. Las obras realizadas a finales del siglo anterior, concluyeron en 1702. A partir de esta fecha hay un período de veinte años de siler.cio que sería roto en 172 3 con la llegada de un nuevo Guardián, P. Antonio de Valladolid, que lega como rec1erdo de su paso por este convento "el renovar y componer el altar del Santísimo Cristo" < 28 )_ Para realzar esta innovac:ón el infan– te Don Carlos de Borbón y Farnesio hizo el regalo de una "preciosa lámpara de cristal que a dicho fin se envió" (29). "Un bordado de mucho trabajo". Por su parte, la reina Doña Bárbara de Braganza, el 9 de octubre de 1749 vino "acompañada de la Sra. Infanta Doña María Antonia Fernanda a este convento y presentó al Ssmo . Cristo un precioso terne labrado de su mano en cuia obra dixo Su Magestad avía trabajado cinco años y envió dicho terno a Lisboa para que lo viesen los serenísimos Reyes de Portugal, sus padres. Quiso Su Magestad portuguesa quedarse con dicho terno para darla a una comunidad de Lisboa, pero nuestra devotísima Reyna respondió era pro– mesa que avía hecho a su Cristo del Pardo. El terno se compone de capa de coro, un frontal, casulla, bolsa y paños de cáliz con su hijuela y las corti– nas del Ssmo. Cristo, todo re~amado en flores en campo blanco y a trechos repartidas unas preciosas medallas que representan al vivo los misterios de la Pasión y Sepulcro. Su Magestad estuvo muy festiva enseñando por sí mismc. el terno a los religiosos y seglares que acudieron a verlo y dixo que la avía costado mucho trabaxo y explicó su real voluntad de que dicho terno se guardase para servicio del altar del Ssmo. Cristo sin que nadie pudiera enajenarle" < 29 )_ Siete años más tarde, se renuevan las baldosas. La capilla adquiría · con estas mejoras aires de munificencia real. Los Reyes y Príncipe continuaban visitando asiduamente este santuario, ocupando lugar destacado Carlos 111, a quien el convento es deudor de grandes favores. Varios acontecimientos le unían más y más a esta imagen, hasta hacer de él un gran propulsor de la devoción a este Santo Cristo, sobre todo entre su propia familia. En 1788, esta imagen yacente se convierte en protagonista de aconte– cimientos regios, que el historiador recoge. "No se puede pasar en silencio la piedad, compunción y afecto con que la Serenísima Princesa de Asturias, 25
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