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ble familia romana de tréveris; su padre desempeñaba er1 aquella ciudad el cargo político más elevado, pues era prrE• fectus prrEtorio Oalliarum. Después de la muerte de éste, re– gresó la viuda con sus tres hijos a Roma, donde Marcelina, hermana de Ambrosio, se consagró a Dios, entrando en reli– gión. Su hermano Sátiro vivió algún tiempo en África como empleado del Estado, y murió poco después de su regreso. También Ambrosio sirvió al principio al Estado, y a pesar de su mocedad llegó a ser consularis UgurirE et A5milia?, con re– sidencia en Milán. Había muerto a la sazón el obispo de aquella ciudad, el arriano Ausencio, con el cual había tenido varios encuentros San Hilario. El clero y el pueblo se reunie– ron en la iglesia para elegir sucesor; y como católicos y arria– nos se hallasen en igual número, hubo gran discusión y cla– moreo entre ambas facciones, teniendo que intervenir el g.o– bern1dor para recordar a los contendientes la santidad del lugar. Entonces, según refiere Paulino, levantó su voz un mu– chacho, y exclamó: Ambrosium épiscopum, haciéndose todo el pueblo eco de esta voz. Amb:osio no era a la sazón más que s;mple catecúme ~o, y se opuso resueltamente; pero al ver que el emperador Valentiniano I daba su consentimiento, se rin– dió, recibió el bautismo, y ocho días después, el 7 de Diciem– bre del 374, fué consagrado obispo. •Con la elevación de Am– brosio a la sede epbcopal •, dice San Jerónimo, •la Italia en pl eno vJiv;ó al seno de la fe católica. • 2. Lo primero a que dedicó Ambrosio sus cuidados, fué el estudio de la cit ncia teológica; con este objeto estudió ba– jo la dirección del presbítero Simpliciano, que después le su– cedió en el obispado, los Padres griegos, empezando desde Clemente de Alejandría hasta San Basilio. Distribuyó todos sus bienes entre los pobres, y ayunaba todos los días, a excep– ción de los domingos y otras fiestas. De su grande amor a la virginidad dan elocuente testimoniolosnumerososescritos que compuso en alabanza de esta virtud. Las puertas de su casa estaban abiertas en todo tiempo, tanto para los grandes como para los humildes, y a su alrededor se veía siempre una mu– chedumb ie de g~ntes que le pedían protección y favor. •En sus sermones de los domingos•, escribe Paulino. «no parecía que escuchábamos a un hombre, sino a un ángel del cielo •. La conversión de San Agustín , según afirma él mismo, debe atribuirse principalmente a la predicación de Ambrosio. Ambrosio ejerció tarnbi én poc\erosa influencia en la políti ca

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