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son más acreedoras que ninguna otra producción literaria eclesiástica, a nuestra consideración y estima, porque los Pa– dres son los más antiguos, y por lo mismo son más dignos y autorizados testimonios de la tradición y doctrina eclesiásti– cas; son además unas como ramas del gran árbol del cristia– nismo que, naciendo en la Palestina, llegó a alcanzar tal fron- .dosidad y crecimiento, que cubrió con su ancha copa a todo el mundo; son el eco de aquellos tiempos de pura vida cristia– na y heroico sacrificio, que habían de servir de modelo y aliento a las futuras generaciones; finalmente, las obras de los Padres nacieron al calor de la antigua literatura clásica, y casi todas, tanto por el contenido como por la forma, se cuentan en el número de las mejores producciones literarias de la Igle– sia católica. § 2. Obras que tratan de la Patrología v de ta Historia de los Dogmas. 1. La primera historia de la literatura cristiana fué és– crita por San Jerónimo con el título: De viris ilustribus, 1 (o Catalogas de escriptoribus ecclesiasticis). Este libro que el au– tor dedicó a su amigo Déxtér, y que imita una obra de igual nombre de Suetonio, da una breve idea de la vida y escritos de 135 escritores cristianos, comprendido entre ellos a algu– nos herejes al judío Filón y al pagano Séneca; en el último capítulo, CXXXV, ·se hace men.ción de las obras del mismo San Jerónimo publicadas hasta entonces. El presbítero s~rn:– pelagiano Genadio escribió hacia el 480, en Marsella una con– tinuación de este libro con el mismo título. 2 Titulados de igual modo, pero prestando especial atención a España, publi– caron otras continuaciones y suplementos: San Isidoro de Se– villa (t 636)3 y San Ildefonso de Toledo (t 667)4, aunque la primera parte (cap. I- 12) de la obra de San Isidoro, que alcanza hasta la muerte de Gregario Magno (604), no proce– de del mismo 5. l. Migne, Patr. lat. XXIII, 602 727. 2. Migne, Patr. lat. LVlll, 1059- 1120. 3 lb. LXXXIII, 1081- 1106. 4 lb. XCVI, 19.'5-206. 5 Esto ha logrado probar Schütte contra Dzialowski, pero su ulte – rior intento de demostrar que la primera parte ern debida a un obispo africa – no llamado Ponciano (por el 550), y que Braulio, amigo de I,idoro, hnbla compuesto varias partes de la obra (como ej. , los caps. 6, 1.3 y -16), no tuvo tan f~liz resultado.

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