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-60- nueva libertad y a las luchas dogmáticas, se despertó potente y vigorosa la ciencia eclesiástica; una multitud de preclaros ingenios, salidos casi todos de las escuelas clásico-paganas, se dieron a estudios especulativos sobre la religión cristiana, y fueron otros tantos denodados campeones que la defendie– ron contra la herejía que se presentaba bajo múltiples formas, Los emperadores, para afianzar la oscilante unidad de la Igle– sia, echaron mano de los concilios generales, institución des– conocida en el período anterior, y cuyas decisiones fueron el resultado positivo de las controversias dogmáticas y el incon– movible fundamento de la teología que había de poseer más tarde el dominio de la ciencia. Por lo tanto este período de la historia de la Iglesia es a la vez el de las grandes controver– sias sobre el dogma, el de los grandes Padres de la Iglesia y el de los grandes concilios; o en otros términos, la época de mayor florecimiento de la ciencia patrística y del desarrollo del dogma. 2. La escuela catequística de Alejandría (véase § 27, nú– mero 1, p. 71), que en el período precedente había llegado con Orígenes al apogeo de su esplendor, adquirió durante el siglo IV un nuevo florecimiento: había rechazado, es verdad, los errores de su maestro y ante todo el subordinacianismo, pero continuaba interpretando alegóricamente las Sagradas Escrituras; Atanasio, los tres Capadocios y Dídimo el Ciego fueron, en aquel tiempo, sus más preclaros ornamentos. La escuela de Antioquía, llamada también exegéfiaa, porque su acción se extendía preferentemente por el campo de la exé– gesis bíblica, siguió una tendencia opuesta a la interpretación alegórica y especulativo-filosófica de ·1a alejandrina. Se distin– guió por su plácida actividad intelectual, por su carácter se– veramente científico y por la explicación que hacía de la Sa– grada Escritura según su sentido histórico-gramático. El fun– dador de esta escuela fué el presbítero de Antioquía Luciano, que murió mártir el 312, y había sido maestro de Arrio. Tam– bién los demás representantes de la escuela antioquena, como Diodoro de Tarso, Juan Crisóstomo, Teodoro de Mopsuestia y Teodoreto de C::iro, fueron monjes y sacerdotes de Antio– quía o de sus cercanías.
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