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-46 - Habi endo defendido valientemente la unidad de la Iglesia, se creyó obligado a sostener una ardiente lucha con el Jefe de la Iglesia el Papa S. Esteban, con motivo de la validez del bautismo de los herejes. No admitía S. Cipriano que los here– jes pud \ eran transmitir lo que no tenían; esto es, la fe; ni que pudieran dispensar el don del Espíritu-Santo, que no los ani– maba. No hay duda que el Santo Obispo de Cartago tuvo siempre en su corazón el respeto y veneración al Vicario de Jesucristo, ni dudó jamás de su autoridad y supremacía infali– bles, así como también de la unidad de la Iglesia, que con_ tan– to ardor defendió; si pues, llevado tal vez del celo de impedir se resabiasen sus fieles con la herejía, y para atraer al buen camino a las ovejas ya descarriadas, sostuvo de palabra algu– na práctica contraria a la doctrina de la Iglesia, esto no debe ser obstáculo para colocarle entre los defensores ínclitos de las prerrogativas del Papado; tanto más cuanto en esta cues– tión no faltaron otros, como los obispos del Asia Menor y de Cartago que sostuvieron lo mismo que el Santo. 2. No fué Cipriano un pensador profundo y menos aún escritor original; fué ante todo hombre de acción, y su modo de escribir refleja con exactitud ese carácter propio suyo. La prudencia y la mansedumbre inspiraban todos sus pasos y ac– ciones, y todas las páginas de sus escritos rebosan de estas virtudes . Hizo suyos muchas veces los pensamientos de Ter– tuliano ( •Da magistrum •), aunque, a diferencia de éste, los ex– ponía con estilo proporcionado y exquisito lenguaje. Donde más independiente aparece es en el libro «De Ecclesiae uni– Jate », lo cual se debe a que la unidad de la Iglesia era su idea favorita. Cipriano es una de las figuras más salientes de la his– toria de la Iglesia, el ideal del obispo católico. San Agustín le llama catholicum episcopum, catholicum martirem (De bapt. III, 3, 5). Sus escritos, por la sencillez de dicción y por su contenido fácil de entender, fueron muy leídos en la Edad Media, y nos han sido transmitidos en un gran número de ma– nuscritos. 3. Los escritos de Cipriano son en parte tratados y en parte cartas. Entre los primeros ocupan el primer ·1ugar De catholicae Ecclesiae unitate y De lapsis, compuestos ambos el 251, después de su regreso a Cartago. En el primero se la– menta de las divisiones de las Iglesias de Cartago y Roma con los cismas de Felicísimo y de Novaciano, y recaba la ne– cesidad de la unidad de la Iglesia, de la cual el que se aparte
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