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za humana se compenetró totalmente· con la divinidad; que forman ambas un todo compacto y que por lo mismo se convirtió la primera en inalterable y omnipresente. Orígenes, siguiendo a Platón, divide el alma en psigé y moús. Uno de los puntos capitales de su doctrina es la apocatástasistonapánton: las almas de los que en esta vida han pecado, van, después de la muerte, a un fuego purificador; pero poco todos incluso los demonios, van elevándose, de grado en grado, hacia lo alto, hasta resucitar finalment e purificados en cuerpos etéreos idénticos a los presentes sólo eQ_ la forma, mas no en la_mate– ria, y Dios vuelve a ser todo en todas las cosas. Pero esta restauración (apocatástasis) no significa el fin del muudo, sino una conclusión temporal del mismo;· y en el cambio sin fin de mundos, un mundo sucede al otro, como ya anteriormente había enseñado Platón. Así pues Orígenes niega la eternidad de las penas del infierno para los hombres y demonios. Acerca de la Eucaristía tenía también una opinión particular y libre; en cierto lugar la llama cuerpo típico y simbólico del Señor.!. *10. Por el contrario, el testimonio de Orígenes puede ser ci– tado en cuanto a los dogmmas del pecado original, de la con– fesión privada y de los ángeles custodios. Toda alma, dice, - que nace con la carne, sale manchada con pecado, y por eso la Iglesia ha recibido de los apóstoles la tradición de bauti– zar también a los niños recién nacidos; pues si no tuviesen pecado, no les sería necesario el bautismo (In Levit. hom. 8, 3 y 12, 4. In ep. ad Rom. 5, 9) . ·Acerca de la confesión dice: «Cuando el pecador se acusa a sí mismo, escupe el pecado; E pero tú anda con cuidado y mira a quién confiesas tu pecado; examina al médico antes de descubrirle la causa de tu enfer– medad... Si él conoce que tu enfermedad es de tal naturaleza, que debe ser declarada y curada delante de la comunidad, haz esto,según el sabio consejo del médico » (In Ps. XXXVII, horn. 2, 6). En otro lugar cbserva Orígenes que la penitencia con– siste en confesar sin vergüenza sus culpas al sacerdote del Señor y procurar la salud del alma (In Levit. hom. 2, 4). Pro– bablemente fué Orígenes el primero que dió a la Santísima Virgen el calificativo de Madre de Dios (theotócos); que usó esta expresión lo dice Sócrates Hist. eccl. VII, 32, 14), y este ~ apelativo procedía en todo caso de la escuela alejandrina, ha~ 1 Sobre el último punto véase a Schwane, Dogmengeschichte I, 2! ed. p. 496.
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