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-32- mental de la falsa gnosis. Ireneo enuncia muy claramente la círcuminsessio de las divinas personas: «El Hijo está en el Pa– dre y lleva en sí al Padre » (III, 6, 2), como también la commu– nicatio idiomatum: « El Verbo mismo de Dios, hecho carne, colgó de la cruz » (V, 18, I). Profundizó de una manera espe– cial la cristología de sus pr~decesores. La redención fué real y verdadera, y no se efectuó por la sola comunicación de la gnosis; pero para que la redención fuese real, era menester un Hombre-Dios. Cristo se hizo hombre, para que se deificase la humanidad; éste es el restablecimiento de la humanidad en su cabeza (recapitulatio), de la que habla a menudo Ireneo (por ej. III, 19, 1). Cris-to, por la resistencia que opuso a las tenta– ciones del demonio, fué el oppositum de Adam (V, 21 , 2), y la Virgen _María, con su obediencia, reparó la desobedie11cia de la •virgen » Eva. Ya Justino (Dial. 100) había establecido este para1elo entre nuestra primera madre y la Santísima Vir– gen. lreneo llama a María, precisamente por su obediencia, advocata Eva! y causa salutis para todo el linaj e humano (V, 19, 1; III, 22, 4). También afirma clararn en.te la doctrina del pecado original: los primeros hombres que habían sido cria- dos a imagen y semejanza de Dios, perdieron esta semejanza por el pecado, hasta que por fin la restauró Jesucristo (V, 2, 1; VI, 1), « en el primer Adam habíamos ofendido a Dios, pero en el segundo nos reconciliamos con Dios • (V, 16, 3). Ireneo habla de un euangelion tetrám01jon (III , 11, 8), y explica el concepto cuaternario por los cuatro semblantes del querubín, atribuyendo la forma de león a Juan, la de águila a Marcos; como también por la cuádruple alianza de Dios con los hom– bres (con Adam, Noé, Moisés y Cristo), Ireneo (II, 22, 4) y Orígenes son también los primeros testigos del uso de admi– nistrar el bautismo a los niíios, señalándolo el segundo como una tradición apostólica. La Euca:-i.stía, en concepto de lre– neo, es la participación del cuerpo y sangre del Señor, la cual, dice, no tendría significado alguno, si se negase la resurrec– ción de la carne (V, 2, 2). Como Justino y Tertuliano, consi– dera el Hades como lugar de parada de todas las almas hasta el día del juicio universal, y es también quiliasta (V, 32, 1), a semejanza de dichos escritores.

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